Buscando un amigo para el fin del mundo

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Dos a quererse

A coger que se acaba el mundo. Eso dicen y hacen (fuera de cuadro) muchos de los que rodean a Dodge, incluidos sus amigos más íntimos y... su ex esposa. ¿A quién le importan la promiscuidad y las promesas de fidelidad cuando el planeta Tierra está a punto de colisionar con un inmenso asteroide? Pero el pobre anda en otra, cabizbajo porque su mujer lo ha abandonado unas semanas antes del acabose, con serias dificultades de adaptación ante un mundo en extinción, aferrado con uñas y dientes a una conducta civilizada y protocolar.

Buscando un amigo para el fin del mundo, el debut como realizadora de la guionista Lorene Scafaria –responsable del guión de Nick y Norah - Una noche de música y amor (2008)– cuenta para ese rol con el rostro ideal de Steve Carell, dispuesto en este nuevo alter ego de su persona cómica a recuperar a su primer amor, quien no tuvo mejor idea que mandarle una carta perfumada justo cuando el Apocalipsis está a la vuelta de la esquina. Así, entre fiestas de despedida de las que no puede ni quiere participar y la necedad de aferrarse a los más banales actos cotidianos, Dodge conoce a Penny (Keira Knightley), su vecina de origen británico, con quien compartirá un viaje con la ilusión de hacer realidad sus últimos deseos: él, rencontrarse con su high school sweetheart; ella, volar a Londres para pasar los últimos días junto a los suyos.

Punto y aparte. Y ya está todo preparado para que el film disponga sus elementos en una fórmula que podría reducirse al siguiente planteo: humor (no tan) disparatado en la primera parte, merma considerable de gags mientras la pareja va conociéndose, introspección espiritual, rencuentros emocionales y romanticismo pegajoso en los últimos tramos. A diferencia de otras películas con temática similar, como la melancólica Last Night (1998), del canadiense Don McKellar, Buscando un amigo... opta por el camino de la comedia romántica lisa y llana, con el concepto del film del mundo como una simple vuelta de tuerca conceptual. Al fin y al cabo, las cosas no serían esencialmente distintas si uno de ellos sufriera de una enfermedad terminal y el otro estuviera decidido a suicidarse.

Lo más lamentable es la falta de gracia de todo el asunto, a tal punto que los mejores momentos (el conductor que ha contratado a un asesino profesional para acabar con todo antes de que todo acabe, la orgía en el local de comida rápida) son sepultados por la notable falta de chispa cómica del resto del metraje. Y si Carell atraviesa el recorrido con su habitual carisma, sorprende lo desabrido del personaje de Keira Knightley, reducido a una serie de muecas y monerías hipotéticamente simpáticas, producto de una más que desafortunada dirección actoral. Lo peor, de todas formas, viene después, cuando la película intenta ponerse seria y profunda.