Brightburn: hijo de la oscuridad

Crítica de Nazareno Brega - Clarín

¿Es un pájaro?, ¿es un avión? No, y tampoco es Superman, superhéroe repensado por Brightburn: hijo de la oscuridad al tomar prestada esa premisa prototípica y subvertirla. Una pareja con problemas para concebir ve cómo, en plena acción, un meteorito se estrella a metros de su granja en un pueblito de Kansas. Como si fuera una solución caída del cielo, la pareja decide adoptar al bebé que encuentran a bordo de la nave espacial estrellada. El nene crece como cualquier hijo de vecino hasta que se da cuenta, justo cuando cumple 12, que tiene superpoderes. Y la noticia le pega tan mal al preadolescente que esta historia modelo típica de superhéroes se transforma en una película de terror.

El director David Yarovesky, que ya había metido miedo en The Hive, se junta con el clan Gunn (el aquí productor James, director de la saga Guardianes de la Galaxia despedido y recontratado por Disney, y los guionistas, su hermano Brian y su primo Mark) para buscar respuestas a la duda existencial sobre qué hubiera pasado si el alienígena Superman fuera un villano. Y con esa pregunta alcanza para romper el mito del hombre indestructible en mil pedazos. Brightburn deconstruye al Hombre de Acero para dar con esa maldad latente en la esencia del superhéroe, pero la película evita volverse densa con esa profundidad por lo general esquiva en el género. Yarovesky se divierte a puro gore con la oscuridad inherente a la idea de un ser superpoderoso con el mundo entero a su merced. El cineasta cruza los universos de Tenemos que hablar de Kevin y La profecía con Superman en versión Zack Snyder, a quien James Gunn le escribió el guión de El amanecer de los muertos y la serie Smallville.

Los superhéroes y el terror se vienen cruzando ya desde tiempos de El monstruo del pantano, que ya tiene lista su versión 2019 en pantalla chica gracias a Len Wiseman y James Wan, pero pocas veces la mirada estuvo puesta con tanta atención en el miedo. Terror adaptado a tiempos con superhéroes en casi toda pantalla posible pero, tal vez por cuestiones de presupuesto, con más lugar para riesgos y reflexión que un cine acostumbrado a auto celebrarse a lo grande.