Breve historia del planeta verde

Crítica de Guillermo Colantonio - CineramaPlus+

Una de las películas anteriores de Santiago Loza se llama Si estoy perdido no es grave (2014). Es un buen punto de partida para caracterizar a su poética. Se trata de una experiencia lúdica donde los personajes parecen perdidos en Toulouse. Podemos perdernos en el cine y no es grave. En tiempos de selfies, prótesis audiovisuales y condicionamientos tecnológicos, se debería reivindicar a toda película que se interrogue sobre los primeros planos, que se corra sanguíneamente de marcos industriales y proponga crear desde un lugar diferente, honesto y hasta fallido. Fue Jean Louis Comolli quien escribió en Mirar para ver (1995) acerca de un tipo de cine en el cual se alteran el juego de representación y las expectativas del espectador. Allí defendía esa energía que se aparta de las convenciones y entrecruza los registros. Esta búsqueda poética y narrativa es la que rige el destino de Breve historia del planeta verde, el filme que abrió la novena edición del FICIC, pero desde un lugar más amable y no menos singular, con tres personajes que también aparentan estar perdidos a través de rutas y lugares abandonados. Puesta en otras manos, la historia (una extraña mezcla con referencias a El mago de Oz y E.T.) hasta podría parecer aniñada, sin embargo, si hay algo que reivindica Loza una vez más en su cine y con su propia voz es que no existe un Relato ni necesariamente abundan grandes momentos preconcebidos. Lo que tampoco prevalece es una marca genérica definida porque en la naturaleza híbrida de la película se homologa la propia búsqueda de los protagonistas, donde cada acto cotidiano puede ser transformado por la lente del director.

Otro aspecto de la poética Loza que vuelve es esa especie de melancolía productiva y la posibilidad de que la cámara cobije a los personajes, los abrace en este viaje existencial y abierto al azar que los une y los posiciona en torno a sus identidades. El pasado es para ellos un tiempo de prejuicios y de persecuciones, sin embargo, conforman en el presente un bloque sólido. El imaginario evocado podría ser el de los superhéroes, pero nada de eso deja ver su tratamiento cinematográfico. Tania (la chica trans), Daniela y Pedro son amigos desde la infancia y comparten un sentimiento de unión ante la discriminación pueblerina. Tienen una misión: dirigirse a la casa de la recientemente fallecida abuela de Tania y descubrir un secreto. El hermoso disparate es que encuentran una criatura alienígena que se transformará en un espejo de sus propias experiencias. Con todos estos elementos, Loza teje una trama sin sobresaltos, pausada, signada por la sensación de estar confortablemente adormecidos a medida que nos internamos en el itinerario de los tres amigos. Puede que prevalezca un estiramiento innecesario o que cierto distanciamiento en algunos tramos resienta el resultado, pero no hay manera de permanecer indiferentes ante aquellos momentos donde la belleza de las imágenes o la aparición de los versos de Almafuerte en un pasaje clave, golpean con fuerza la sensibilidad. Loza es un melancólico que continúa divirtiéndose.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant