Bohemian Rhapsody

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

THE SHOW MUST GO ON

Se nos metió un Freddie en el ojo.
La verdad es que no nos gusta que se metan con nuestros ídolos y, aunque siempre buscamos una representación lo más fiel posible, también cruzamos los dedos para que la pantalla nos devuelva esa imagen más “legendaria” que construimos en nuestras mentes. Bryan Singer entendió esta disyuntiva y se enfocó en el mito musical que siempre rodeó a la figura de Farrokh Bulsara, ese chico de voz prodigiosa que quiso escaparle a sus orígenes y llevarse el mundo por delante como si se tratara de una reina.

Vamos a dejar de lado los escándalos que envolvieron al director y lo alejaron de la producción por “problemas personales” (lo despidieron), mientras Dexter Fletcher ocupaba su lugar tras las cámaras. Por temitas legales y cuestiones de sindicato, Singer es el único realizador acreditado y es a él a quien debemos atribuirle (entonces) los planos maravillosos que conforman esta biopic que, como tal, no aporta demasiado y “simplifica” una existencia complicada, pero no por ello deja de ser un festejo de la vida y la obra de este gran artista y, más que nada, de la banda.

Así es, “Bohemian Rhapsody: La Historia de Freddie Mercury” (Bohemian Rhapsody, 2018) hace hincapié en la amistad, los roces entre los integrantes de Queen, su proceso creativo y, más que nada, su relación con el público, un elemento fundamental para el grupo a la hora de encarar cualquier tema nuevo.

El punto de inflexión que eligen los realizadores –sumemos al guionista Anthony McCarten- es el multitudinario concierto Live Aid en 1985, una aparición postergada de la banda que llevaba un tiempo separada, y ese reencuentro con el público que renovó un cariño que jamás se desvaneció, incluso más allá de la muerte de Freddie.

Los momentos previos del show, son el punto de partida de esta historia, un precalentamiento (para Mercury y para el espectador) que, de inmediato, nos lleva hasta finales de la década del sesenta cuando Farrokh era un simple empleado del aeropuerto de Heathrow persiguiendo esa oportunidad de brillar.

Esta llega cuando conoce a los miembros de la banda Smile, Brian May (Gwilym Lee) y Roger Taylor (Ben Hardy), quienes acaban de perder a su cantante y justo Freddie (Rami Malek) les cae del cielo. Sumemos al nuevo bajista John Deacon (Joseph Mazzello), y así comienzan los muchachos su camino a la fama.

Imposible contar décadas de historia en apenas un par de horas de metraje, de ahí que el relato vaya salteando etapas y simplificando un poco (bastante) las cosas. Smile no tarda en convertirse en Queen, y la voz de Freddie (junto con su carisma) en uno de los puntos más fuertes de la banda que empieza a acumular éxitos y reconocimientos, casi de la noche a la mañana. En el ínterin, Freddie conoce a Mary Austin (Lucy Boynton), ese “amor de su vida” y musa inspiradora que se convirtió en amante y compañera de aventuras hasta que la realidad desintegró la pareja.

Puede ser que “Bohemian Rhapsody” ponga más empeño en esta relación que en la de Mercury con Jim Hutton, su compañero hasta el final, pero la película decide abarcar estos primeros años de esplendor, la grabación de “A Night at the Opera” y, más precisamente, la creación de su tema más famoso, en vez de incursionar en el estilo de vida del artista y su sexualidad.

Todo está implícito, y nadie es tan tonto como para confundir las “excentricidades” de Freddie, aunque él se esfuerce en desmentirlo (y en mentirse) a cada rato. Pero como ya dijimos, Singer y McCarten se concentran en el mito y en esta familia musical que, a pesar de los malos tiempos y las desavenencias, nunca se da la espalda.

Mercury es el personaje central, el rey sol alrededor del cual giran los demás planetas, y Malek sabe cómo ganarse a su público con el mismo carisma e hipnotismo que Freddie, pero también con todo el respeto que se merece. Y no es el único. Lee, Hardy y Mazzello sólo son secundarios en los papeles, porque en la práctica logran ese sentimiento de unidad y de conjunto que tanto exudaba la banda, tanto arriba como fuera del escenario.

Sí, es verdad, “Bohemian Rhapsody” funciona mejor como homenaje, como un recuento de acontecimientos maquillados, o como una fábula que tiene un lado más oscuro y amargo que los involucrados decidieron evitar. Ya sea por respeto a la memoria del artista o las razones que a ustedes más les guste, los realizadores nunca “se la juegan”, ni nos entregan un relato truculento. Pero, ¿realmente lo necesitamos? Muchos saldrán ofendidos, la mayoría enjugándonos las lágrimas y tarareando esas canciones hasta el infinito porque en ese sentido la película es un regalo para los fans y todos aquellos que disfrutamos con las canciones de la mejor banda de todos los tiempos (vengan de a uno).

Esta es la celebración del talento de una banda, la celebración de sus integrantes y cómo se conjugaban para crear hermosas piezas de arte, y la celebración de sus seguidores que recibieron la amena invitación para apropiarse de cada uno de sus temas (dale, ¿cuántas veces tarareaste “We Are the Champions” en la cancha?). El resto, resulta un tanto anecdótico, aunque acá el éxito de Queen, siempre va en paralelo con ese sentimiento de soledad e inseguridad que no deja de perseguir a Freddie.

“Bohemian Rhapsody” es un drama biográfico musical, no un documental que busca 100% la objetividad. Y Singer se asegura de que notemos la diferencia recreando con pasión, y una maestría narrativa pocas veces vista en su filmografía, grabaciones, conciertos y giras por el mundo, convirtiendo su película en un extenso y contagioso videoclip que no podemos dejar de mirar.

Hay una conexión especial con cada una de estas canciones y ahí reside el gancho y el gran atractivo del film, no en el morbo o la necesidad de ver a un personaje caer hasta lo más bajo. Malek le aporta toda el alma y, curiosamente, conmueve mucho más con cada interpretación sobre el escenario, que con sus momentos más sentimentales. Es extraño darse cuenta que a uno se le caen las lágrimas cuando ve al público hermanado y tarareando, en vez de ante la revelación de su VIH positivo. Pero ahí es donde funciona la magia de Queen y de “Rapsodia Bohemia”, dejando que la música se haga cargo de las emociones.

En su conjunto, la historia de Singer y Fletcher (le vamos a dar el crédito también) funciona mejor como película a secas que como biopic, su narrativa es simple y correcta, brilla desde lo visual, y nos presenta un cast perfecto, imposible de diferenciar de los verdaderos protagonistas. Carece de la profundidad que uno podría esperar de la vida de Freddie Mercury, pero no deja de lado lo esencial y, sobre todo, encara esta trayectoria con muchísimo respeto.

“Bohemian Rhapsody” es un viaje emocional para cualquier fan (de Queen o de la música), más para aquellos que vivimos el fenómeno. Tal vez no tenga el mismo impacto en un público menos “entregado” que llega a la sala en busca de un relato a puro drama, pero desde mi lugar, no puedo juzgar negativamente una historia que me arranca sonrisas y lágrimas por igual, mientras me empuja a hacer palmas durante “Radio Ga Ga”, casi sin poder evitarlo.

LO MEJOR:

- Malek, y un elenco insuperable.

- Medio que lo odiamos, pero Singer filma como los dioses.

- El corazón de un relato que, en realidad, no es tan profundo.

LO PEOR:

- El show (y el personaje) tiene que compensar la falta de historia.

- Que no puedo ser objetiva cuando se trata de Queen.