Blade Runner 2049

Crítica de Santiago Armas - Cinemarama

Formas sin fondo

Blade Runner 2049 constituye el mejor ejemplo de lo que me gusta llamar cine salvapantallas: absolutamente impactante desde lo visual y lo sonoro, pero tan frio y distante a nivel emocional que solo queda la admiración por el impresionante diseño de arte, la monumental fotografía (a cargo del siempre eficiente y veterano Roger Deakins) y una estruendosa banda sonora cortesía de Hans Zimmer. Secuela/remake del icónico film dirigido por Ridley Scott, que constituyó la instalación definitiva del cyberpunk en el cine y provocó innumerables imitadores gracias a la mezcla exitosa de géneros como la ciencia-ficción y el policial negro clásico, este nuevo modelo versión 2017 busca evocar ese espíritu entre hipnótico y pesimista del original, con una Los Ángeles lluviosa y plagada de hologramas y publicidades que contrastan con la oscuridad de un futuro distopico. Allí se encuentra el agente K interpretado por Ryan Gosling, que al igual que el Rick Deckard de Harrison Ford en la versión de 1982, tiene la tarea de cazar androides rebeldes que ya no quieren obedecer a sus amos humanos. Esa búsqueda lo llevará a encontrar una verdad que desconocía sobre la naturaleza de los llamados replicantes y de su propia identidad, como si fuera ante un cuento de hadas moderno al mejor estilo Pinocho. El problema es que el director Denis Villeneuve, que ya venía de filmar historias cargadas de solemnidad y de aires de importancia como Sicario y La llegada, cree que mientras mejor encuadrada y perfecta sea la imagen, más profundo es lo que cuenta, y produce una obra que de tan cuidada en sus detalles y sus formas termina careciendo de toda emoción; la película no permite ver más allá de los colores vibrantes y los decorados imponentes. La Blade Runner original tampoco se caracterizaba por tener un gran corazón, pero su espíritu de film noir la volvía ágil y su costado filosófico estaba perfectamente integrado a su trama principal. Aquí, en cambio, Villeneuve se toma dos horas y media para hacernos reflexionar sobre cuestiones metafísicas como la importancia del alma y qué es lo que nos hace humanos a todos, mientras vemos a Gosling en modo Drive caminando insoportablemente en cámara lenta y sin sugerir sentimiento alguno en su rostro. Por suerte, en la segunda hora, cuando reaparece el Deckard de Ford, la cosa vuelve a tomar ritmo, el director se acuerda de que está haciendo cine de género y va a la acción más pura y física. Viendo Blade Runner 2049 uno no deja de aplaudir el cuidado y la dedicación puesta por un gran equipo de técnicos y especialistas, solo faltó que el director encuentre el alma que humanice esa máquina.