Blade Runner 2049

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

¿Sueñan los androides con distopías cibernéticas?

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? (Do Androids Dream of Electric Sheep?, 1968) es una de las novelas más influyentes del escritor estadounidense y precursora del subgénero ciberpunk. Es en esta novela, más que en ninguna otra del autor, donde las cuestiones éticas, la cibernética y las contradicciones entre la vida humana y la vida artificial se dan encuentro en una obra maravillosa donde la decadencia humana contrasta con el espíritu de supervivencia de los replicantes.

El universo literario distópico de Philip K. Dick exacerba constantemente en sus relatos las contradicciones de la Guerra Fría y la revolución cibernética desencadenada a través de las obras de Norbert Wiener, Warren McCulloch, Arturo Rosenblueth, W. Ross Ashby, William Grey Walter y Alan Turing, todos precursores y visionarios de los avances tecnológicos desde la Guerra Fría en adelante. La ciencia ficción se combinó con el género policial para hacerse eco de las fantasías, los temores y las esperanzas de generaciones atravesadas por las cuestiones definidas por la matriz técnica de la época y sus derivaciones socio y psicológicas. Dentro de este género, Dick cultivó una visión política post bélica desde un estilo enmarañado y dialógico donde la imaginación y los conflictos se entrelazan en conspiraciones corporativas y gubernamentales donde la precariedad y la ilegalidad son la regla en un mundo con desigualdades cada vez más acuciantes.

La adaptación de Ridley Scott (Alien, 1979) fue el primer intento de adaptar esta original novela al cine de la mano del guionista Hampton Fancher (The Minus Men, 1999), quien debió ceder a último momento a manos de David Webb Peoples (Twelve Monkeys, 1995) los postreros detalles por presión de la productora y el director en un clima enrarecido por las demoras en la finalización del rodaje. Así, la muerte del prolífico Dick, no sin antes bendecir el film, los problemas en el rodaje, el fracaso del estreno, la belleza estética, la perfección de la grandiosa música de Vangelis, las actuaciones de un elenco extraordinario y una maravillosa trama de carácter existencialista convirtieron a Blade Runner poco a poco en una película de culto para los amantes de la ciencia ficción.

De la mano del realizador canadiense Dennis Villeneuve (Arrival, 2016), uno de los directores que mejor combinan una visión artesanal con un diseño industrial en la actualidad, y con un guión en colaboración de Hampton Fancher y Michael Green (Alien: Covenant, 2017), la historia del policía cazador de replicantes regresa en una secuela que busca potenciar el film anterior al sumarle pequeños detalles de la novela a un futuro tan desolador como premonitorio gracias a las posibilidades de la tecnología al servicio del arte.

La secuela de Villeneuve mantiene la multiculturalidad de la ciudad de Los Angeles en el futuro, la preeminencia de los rasgos de la cultura oriental que también estaban presente en la novela, los efectos radioactivos de la tragedia post bélica presentes en la obra de Dick y la obsesión por la distinción entre la vida y la creación artificial en una reflexión profunda sobre la deshumanización, la condición degradante del trabajo esclavo y su necesidad por parte de las corporaciones para la acumulación del capital.

En Blade Runner 2049 (2017) la acción se sitúa en el año en cuestión, treinta años después de la huida del detective Rick Deckard (Harrison Ford) junto a su compañera replicante, Rachael (Sean Young), en un mundo donde la naturaleza parece completamente muerta debido a una catástrofe denominada el “gran apagón” que cubrió al planeta en tinieblas durante unos días. En este nuevo mundo el detective K (Ryan Gosling) busca en las granjas artificiales a un grupo de replicantes Nexus 8 rebeldes de la desaparecida Corporación Tyrell, adquirida tras la muerte de su fundador por Niander Wallace (Jared Leto) para continuar con la producción de androides más dóciles para el mercado de esclavos de las colonias que mantienen a los habitantes del planeta Tierra. En su investigación descubre una anomalía imposible, un milagro tecnológico que la corporación de Wallace desea pero la Teniente Joshi (Robin Wright) busca ocultar y eliminar.

Siguiendo el carácter del policial negro de la película de Scott en detrimento de la alegoría sociológica y metafísica de la novela de Dick, el opus de Villeneuve recrea un mundo post apocalíptico en el que las personas son desechos que componen un entramado perverso de un enfrentamiento entre humanos despojados y replicantes perseguidos. La música de Benjamin Wallfisch (It, 2017) y Hans Zimmer (The Dark Night, 2008), no solo sigue los lineamientos armónicos de los sintetizadores de Vangelis en lugar de las orquestaciones usuales de Zimmer sino que recupera los leitmotivs de la banda sonora original del compositor griego para agregarle pasajes industriales que siguen la acción en una gran proeza sonora. La fotografía del inglés Roger Deakins (No Country for Old Men, 2007) busca en cada toma construir un fotograma único, exquisito y hasta devastador a través de los efectos visuales, que se destacan por su realismo y perfección. La mezcla de sonido, el vestuario y la labor de todo el departamento artístico vuelve a ser uno de los grandes protagonistas de Blade Runner gracias a la construcción de un mundo capitalista y corporativo donde la miseria se ha expandido y arraigado.

Las actuaciones de todo el elenco remarcan la pérdida de las emociones y la parsimonia de un mundo cada vez más frío y degradado donde la moral y la ética tienen poco lugar en un contexto signado por la supervivencia. La nostalgia de los guiños al film original es, a diferencia de la mayoría del cine melancólico actual, el punto de partida hacia la exploración de un futuro dramático y desértico en el que las interpretaciones minimalistas y circunspectas crean un clima desesperanzado y afligido. El personaje de Gosling tiene su contracara en Luv (Sylvia Hoeks) una replicante que trabaja para Wallace. Mientras que K desarrolla en su psiquis todo el drama existencial que se debate entre el orden y el caos y la vida y la muerte, que marca el camino hacia el desarrollo de una conciencia, Luv ansía asir el poder junto a su creador y jugar con la vida y la muerte para manipular y controlar derrotando a sus enemigos sin piedad.

Tanto Blade Runner como su secuela son la mejor adaptación posible de una novela imposible de adecuar al cine por el carácter mismo de la narrativa alucinatoria de Philip K. Dick, que oscila entre la psicología analítica del suizo Carl Jung, la paranoia surrealista y las conspiraciones ucrónicas, pero también es a su vez una secuela perfecta de uno de los mejores films de ciencia ficción. La delicadeza de cada escena se combina así con una trama policial tan imprevista como original bañada por la cálida brisa musical de una composición tan solemne como conmovedora que resalta el carácter existencialista de una película inolvidable y estremecedora que marca nuevos horizontes para el género.