Biutiful

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Estar desesperados pero no rendirse

En el nuevo film del director mexicano la desmesura de Babel ha dejado paso a la introspección. Desde ese lugar sin límites es posible desprender lecturas múltiples, que arrojan al espectador al desamparo en el que continúan tantos.

Debe haber, existir, un vínculo fuerte entre personaje y actor para llevar adelante ciertos proyectos. Desde sus mismos títulos de presentación, Biutiful se exhibe como un film con Javier Bardem. Y es que, pensado finamente, sin su participación, sin su adhesión, difícilmente podría concitarse tanta o similar atención hacia una temática como la que la película expone.

En este sentido, lejos está Biutiful del protagonismo de marquesina que supo exhibir Babel, así como de su pretensión narrativa de abarcar todo y tanto más, como si de una parábola bíblica se tratase. Porque el cine del realizador mexicano Alejandro González Iñárritu ha ido inflándose paulatinamente, desde su temprana y premiada Amores perros (2000), pasando por 21 gramos (2003) y su reparto estelar, más la grandilocuencia mencionada de Babel (2006). En los tres films siempre junto al guionista Guillermo Arriaga. En los tres films, también, un mismo proceder narrativo, consistente en el entrecruzamiento de historias paralelas y alternas, tendientes a un caos gradualmente calmo, de orden final.

Es evidente que la participación de Arriaga ha marcado los films de Iñárritu de mismas características, basta corroborarlo en Caminos a la redención (The burning plain, 2008), la sensiblera película de mediana calidad que ha dirigido el propio Arriaga, con una espléndida Charlize Theron. El caso de Biutiful es diferente porque, en primera y fundamental instancia, ya no se trata de historias que se multiplican y rebotan entre sí, sino que ahora el acento argumental se sitúa e identifica de manera más clara, aunque no por ello menos reverberante.

Méritos entonces para la dupla que los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone han compuesto desde el guión, que ha derivado en la plasmación de un film que, desde lo que refiere a esta opinión, es el mejor que ha filmado su realizador. Además, Javier Bardem está descomunal. No hace falta señalarlo pero ¿cómo evitar escribirlo? Es uno de los mejores intérpretes que puede hoy ofrecer el cine. Y de vuelta entonces a la filiación entre actor y personaje y película. Porque sin Bardem no hubiese sido lo mismo.

Su composición melancólica y dolida de Uxbal, quien procura sobrevivir a los últimos días de una vida que el cáncer ha sentenciado, mientras intenta solucionar o cerrar las historias que lo circundan, es de una sencillez que abruma, que se siente desde los gestos pequeños, las miradas, los abrazos, las flaquezas. Uxbal es un ciudadano español de vida al límite, que atiende mercados negros, que sobrevive con los inmigrantes y su ilegalidad, que busca ayudarles y ayudarse, pero que parece hundirse en una miseria acerca de la cual ya nada o poco puede hacer.

Su ex mujer (Maricel Alvarez) lo quiere y lo vuelve loco de acuerdo con los arrebatos de su bipolaridad. Los hijos, pequeños, piden la comida que sólo con imaginación Uxbal sabe cómo proveer. Distintos trabajos o negocios que operan al margen son su fuente de supervivencia, también de sociabilidad. El equilibrio tambalea, una vez y otra, hasta que de pronto algo falla --el soborno insuficiente, por ejemplo -, y es entonces cuando la policía opera como tenaza de la ciudad y corre y golpea a quienes no deben trabajar donde ya saben.

Uxbal se adentra en estos lugares, él que no es inmigrante pero que comparte los mismos pesares, la marginación idéntica. Carga con una vida marcada, que le hará sentir hasta el último pesar, allí incluso donde elija hacer una diferencia, donde intente implementar algo de solución. Pero las cosas, la vida, no ocurren como se imagina Uxbal ni nadie. Y lo más cruel podrá ser, entonces, finalmente cierto.

A lo largo del film habrá peces, pescados, aguas de océano y de nieve, aguas en dibujos de murales y en las luces para el sueño de los niños, también aguas --invisibles- de ahogo. Los recuerdos de un abuelo rebelde al régimen franquista acompañan a Uxbal hasta la visita al cadáver, a ese resto que el tiempo ha hecho yacer entre telarañas de olvido. Uxbal mira el cuerpo embalsamado con admiración, lo toca y se encuentra. En él es posible, a diferencia de un hermano sensible a descomponerse así como a drogarse de estupideces, la raigambre. En él es posible la continuidad de una historia desde la que se desprenden tantos silencios, tantas voces muertas. Uxbal las escucha. También sufre.

El desenlace contagia desazón, provoca admiración. Con Biutiful la desmesura de Babel ha dejado paso a la introspección. Desde allí, desde ese lugar sin límites, es posible entonces desprender lecturas múltiples, que arrojan al espectador al desamparo en el que continúan tantos, vueltos invisibles a la mirada cotidiana.

Allí, entonces, elegir situar el eco que provoca una de las sentencias poéticas de John Berger: "La postura moral de estar desesperados pero no rendirse funciona así".