Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

Buena parte de la crítica mundial y, sobre todo, aquellos que deciden quiénes se llevan los mayores premios cada año entienden que Birdman es una obra maestra, cuando en realidad es un ambicioso e irregular ejercicio cinematográfico que es difícil de analizar como un todo. A lo largo de su carrera, Alejandro González Iñárritu se ha regodeado en la miseria humana y ha acumulado en pantalla perpetuos sufrimientos para sus personajes, en busca de una redención que no llega. Los "especialistas" lo han celebrado, lo han llenado de galardones y le han permitido encarar proyectos como el que nos compete, en el que un estudio grande lo deja rodearse de una enorme cantidad de talento para embarcarse en un emprendimiento difícil. Sin duda hay una apreciable ruptura respecto al resto de su filmografía dado que es una película más liviana y de mejor digestión, una comedia dramática dinámica que aún así tiene esos toques del cineasta mexicano que la impiden ser un trabajo superior.

El planteo de que es más fácil ir por las partes se debe a que Birdman es una acumulación de elementos notables. Su ambición empieza por el deseo de filmarla como si fuera un largo plano secuencia, algo que no es novedoso (Rope, La Casa Muda) pero sí una rareza. Así el premiado Emmanuel Lubezki se consagra como uno de los directores de fotografía más importantes de la actualidad, dado que la película es inquieta y sus personajes se mueven de un lado a otro, no obstante tiene el pulso y la capacidad para que la iluminación y todo su armado se mantenga uniforme y la toma larga no se quiebre. A eso hay que sumar la enorme labor del baterista Antonio Sánchez, cuyo perpetuo jazz hace un matrimonio perfecto con la cinematografía del otro y se retroalimentan.

Sin embargo el logro es limitado, dado que por más brillante que sea su trabajo, el film sufre por codicia. No es una toma larga al servicio de la historia sino al del ego del propio realizador. Su efectismo resiente la narrativa, sus personajes pierden intimidad y naturalidad. Hay un ensamble destacado que lideran Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Andrea Riseborough y Amy Ryan que no puede terminar de brillar como tal, a disposición de una sátira sobre el mundo del espectáculo que se enreda en su pretendida grandeza. No hay que buscar más lejos que en su título para encontrar un ejemplo claro. Esa ridícula expansión a Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance) (O La Inesperada Virtud de la Ignorancia) pone en evidencia un film que se cree más inteligente de lo que es, al que no le queda claro que su mérito principal es el de suponer una mirada humorística al detrás de escena del espectáculo.

Keaton interpreta en forma destacada a un actor acabado cuya fama le llegó por encarnar al superhéroe del título años atrás. Es un papel autorreferencial porque, si bien se mantuvo activo en la industria, su éxito nunca volvió a equipararse con el que obtuvo cuando fue el Batman de Tim Burton. Con la excusa de una caótica puesta en escena de "De qué hablamos cuando hablamos de amor" de Raymond Carver, la película se permite poner su ojo mordaz sobre el estado del show business moderno. Actores de método tan conflictivos como aclamados, hijas salidas de rehabilitación, actrices que pasan una fase lésbica, la cantidad de seguidores en Twitter como indicio de éxito, el espectro es amplio para que hinque el diente el guión del realizador junto a Alexander Dinelaris, Nicolás Giacobone y Armando Bo –la dupla argentina con la que escribió Biutiful-.

González Iñarritu se despacha también contra la crítica y contra un tipo de cine que él cree que está por debajo de lo que hace. Su forma de hacer arte es, entonces, señalar con el dedo hacia lo que cree que no lo es. Y lo que pudo ser una sátira afilada, en sus manos es una obra ampulosa y pretenciosa, demasiado preocupada en que su mensaje se escuche fuerte y claro, al punto de hacer una representación literal de aquellas producciones que desprecia. Autoindulgente y sobrador, quiere hacer un intrincado ensayo sobre todo lo que el espectáculo tiene de ridículo hoy, pero en favor de su glorificada toma única se impide apreciar los grandes puntos de interés y concentrarse en ellos. Conectada en espíritu con The Wrestler, termina por ser superficial donde aquella era sentida. Su indagatoria en la personalidad de una figura acabada se limita al recurso humorístico del alter ego exigente, su intento por recuperar a su familia se siente vacío e inacabado y así su final no es ni de cerca tan satisfactorio.

A pesar de sus problemas, puede considerarse un paso adelante de un González Iñárritu que, si bien sigue empecinado en revolver mugre, en este caso lo hace con una temática más ligera y menos "trascendental". Su ego de autor se pone en el camino de lo que pudo ser un film especial en su totalidad, subrayando lo obvio y haciendo explícitas sus opiniones como si aún no confiara en la belleza de un toque sutil. Pero la calidad final del proyecto se sobrepone a las partes que fallan e incluso a la grandilocuencia de su director. Birdman tiene sus méritos y ayuda a poner una vez más en el centro de la escena a un Michael Keaton necesitado de un comeback desde hace años y, en caso de no ganar su Oscar, la nominación servirá para volverlo relevante una vez más, como ocurrió con John Travolta o Mickey Rourke.