Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)

Crítica de Álvaro Fuentes - La cueva de Chauvet

BIRDMAN Y EL MEJICANO QUE VA POR LA CORONA

Alejandro Iñarritu es quizás el fundador de una corriente de directores mejicanos, que fueron jóvenes hace no demasiado tiempo, y que hoy son figuras mundialmente reconocidas. Comenzaron haciendo cine en su país y fueron posicionando sus obras filmando en Estados Unidos, peleando en reiteradas oportunidades en los Óscar a mejor película en lengua inglesa (es decir, en la terna donde compiten las mejores de Estados Unidos y no en la destinada a películas extranjeras). Tal vez por su cercanía geográfica con la meca del cine del norte, hubo un proceso de asimilación muy fuerte en Hollywood de esa camada de directores.

Maestría técnica, profundidad conceptual e innovación estética, caracterizan al cine del mencionado grupo de realizadores que, además de Iñarritu, integran Alfonso Cuarón y Guillermo Del Toro. Estos últimos más volcados al género fantástico, aunque sin dejar de lado componentes autorales, como el rigor histórico en la recreación de una época (El laberinto del Fauno, Hellboy), la exploración estética (Harry Potter y el prisionero de Azkaban) y, en casos, la indagación filosófica (Gravedad, Niños del hombre). Vale aclarar que el año pasado ya Cuarón competía a mejor película en habla inglesa con su monumental obra Gravedad, quedándose finalmente con el premio a mejor director.

Autor de la poderosa Amores perros en 2000 y Babel (candidata a mejor película en 2007), Iñarritu hoy vuelve a estar bajo la lupa de los críticos del mundo con el estreno de Birdman, la que más chances tiene de ganar el premio a mejor película en los próximos Óscar. El relato que pone nuevamente a Michael Keaton (el mismo que hacía de Batman en la saga de Tim Burton) en un papel protagónico de peso, demuestra que el director mejicano es versátil y puede contar historias muy diferentes entre sí. Si Amores perros, 21 Gramos y Babel (no así Biutiful) se parecían al contar muchas narraciones en una, todas ellas cruzadas por ciertos factores sociales o vinculados a la condición humana, en este caso la narración está centrada en un único personaje y el tono ya no es el de un drama realista sino el de una comedia ácida y existencial.

Birdman es una película muy personal del director y al mismo tiempo no. Esto se debe a que trata sobre los fantasmas interiores de un dramaturgo (que podrían ser los de un cineasta) pero al mismo tiempo es, como lo aclaró Iñarritu en la entrega de los Globo de Oro, una historia guionada por él junto a otros tres autores (dos de ellos argentinos) y por lo tanto todos ellos, y ninguno, están reflejados en el personaje principal.

Sobre la elección de Michael Keaton para el papel habría que hacer algunas consideraciones aparte. Se eligió al actor, no tanto por sus características actorales propiamente (más allá de hacer muy bien su trabajo), sino por sus características personales. La figura del artista que tiene su momento de gloria (como Keaton en Batman) y luego cae en el olvido, fue el insumo psicológico que sirvió al actor para recrear el mismo tópico en la ficción. La película cuenta la historia de un dramaturgo, ex actor en una película de super-héroes, que intenta demostrar su capacidad actoral y autoral estrenando una obra en Broadway, lo que por cierto le trae unos cuantos dolores de cabeza.

En su camarín, este apesadumbrado ser tiene un póster de Birdman, el personaje que en otros tiempos lo llevó a la fama, y que se parece mucho al hombre murciélago de Tim Burton. Incluso escucha la voz de ese súper-héroe con apariencia de ave, que le habla desde el póster en los momentos de extrema angustia y soledad, ninguneándolo por no haber hecho nada importante más allá de haberlo creado a él. La voz áspera y profunda de Birman recuerda al Batman de Tim Burton, más tarde recreado nuevamente por Nolan. Es un elemento sumamente ácido del relato que esa misma voz oscura y temeraria, en este caso solo presente en la mente alterada del protagonista, se dedique a decir vulgaridades y provocar cínicamente al actor que le dio vida en el pasado.

Pienso que el debate hoy pasa por aquellas obras y autores que han logrado dotar al cine de un lenguaje audiovisual y narrativo más moderno. El aprovechamiento de nuevos movimientos de cámara (Gravedad es un hito en eso), la manipulación digital de la imagen o la exploración de nuevos tipos de banda sonora (como las que utilizó Iñarritu en Amores Perros o Biutiful, de la mano de Santaolalla, o en Birdman utilizando un solo de batería), son algunos de los elementos modernizadores que marcan la diferencia en un medio que tiende permanentemente a normalizar la oferta, no solo en los circuitos comerciales, sino también en los que reivindican lo propiamente artístico de una obra. Hay modelos establecidos de películas ganadoras en Cannes, así como los hay para llegar a los premios Óscar. Una virtud de Iñarritu, y de esta película en particular, es precisamente su modernismo. Rompe con los esquemas clásicos del relato con contenido moral y políticamente correcto, tan habituales en los Óscar, y está contada de un modo que apuesta a la innovación técnica y estética. Algo muy parecido puede decirse de Relatos salvajes de Damián Szifrón, que compite en la terna de extranjeras, pero sobre ese punto nos explayaremos en próximas notas.