Big Eyes

Crítica de María Inés Di Cicco - La Nueva Provincia

Burton ofrece su versión sobre una estafa americana

Se trata del fraude que Walter Keane produjo sobre la obra de su esposa Margaret y de cómo logró el engaño.

Es dirigida por Tim Burton, pero no esperen encontrar en Big Eyes una película típica del director de El joven manos de tijera, Sweeny Todd, Charlie y la fábrica de chocolate o Alicia, entre muchos más de estética pictórica y renegrida.

En todo caso, las obras de arte en torno a las cuales gira la historia tienen algo de su luz.

Se trata de los cuadros de Keane, suceso kistch de los años 50 a 60, elogiados por el mismísimo Andy Warhol y vendedor de miles de reproducciones que le permitió a la familia de Walter y Margaret Keane amasar una pequeña fortuna y llegar a tener su propia galería de arte.

El hecho es que mientras ella pasaba horas escondida en el taller de su casa y de la mirada de su propia hija, creando nuevas obras, él se encargaba de venderlas adjudicándose la autoría.

Walter y Margaret llegaron a tribunales en su disputa final por los derechos sobre la firma, y aunque se hizo justicia, hasta el final de sus días el hombre sostuvo su inocencia en uno de los fraudes icónicos del siglo XX.

A sus 87, Margaret sigue trabajando y es referente del arte actual e inspiración de estilo de varios consagrados.

Producida también por Burton, la cinta cuenta con dos figuras enormes por nombre y actuación, como son Amy Adams (Encantada, Escándalo americano), y el austríaco Christoph Waltz (Bastardos sin gloria, Dyango desencadenado) para los roles principales.

A partir de la expresión melancólica de esos grandes ojos --"ventanas del alma"-- ideados por Margaret, el guión que realizaron las mismas plumas de Ed Wood ( 1994) transita sobre la existencia de una historia de violencia previa que produjo en Margaret una autoestima muy baja y la recurrencia como víctima de maltrato; hasta discusiones acerca del arte-no arte y la noción de autenticidad y de honestidad artística.

Y aunque cambió la tinta de su sello, esta fotografía iluminada y la música de su acostumbrado colaborador Danny Elfman le permitieron a Burton transferir en un producto compacto la tensión subyacente de la historia, patinada por una apariencia de perfección; una tensión que puja por revelarse en la voz de la artista.