Big Eyes

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

La pintora que no quería mirar

En Big eyes, Tim Burton retrata la vida de Margaret Keane, artista obligada a ocultarse y a ser cómplice de un fraude.

"Los 50 eran una buena época, sobre todo para los hombres”. Con esa frase de supuesto biógrafo comienza Big Eyes, la película de Tim Burton sobre la tortuosa relación de los esposos Keane. Basada en la vida de la pintora estadounidense Margaret Keane (apellido del marido que la invisibilizó hasta la locura), Burton pone en manos de dos actores talentosos la historia que al público de su país seguramente le resulta familiar. La mujer en cuestión, interpretada por la siempre inspirada Amy Adams, creó series de niños de ojos redondos e inmensos. El poder del apellido de casada fue el atajo del fraude. Desde entonces, ‘Keane’ para la sociedad de la época, era él. La película describe el poder de seducción del hombre que somete psicológicamente a una mujer acomplejada y sin autoestima. También alude al cambio en el consumo de productos culturales y el enfrentamiento feroz entre el arte popular y las galerías bendecidas por la crítica.

Mientras Margaret se recluye para pintar al ritmo de la demanda, el señor Keane queda atrapado en su propia mentira, movido por la codicia y la figuración social. Ser celebrity es un camino de ida para el personaje recreado por Christoph Waltz.

La pareja protagónica manifiesta la contención en el caso de Adams, y el histrionismo exacerbado, en el de Waltz. La actriz conmueve con el retrato doliente de la pintora, una mujer hermosa y brillante, pero bloqueada emocionalmente. Waltz, en cambio, ofrece el desparpajo del delirante que se vuelve patético y violento. Waltz abusa de su capacidad para exteriorizar el desequilibrio a través de una gestualidad sin matices. Si Big eyes no estuviera inspirada en una biografía, sería increíble. Desconcierta la relación de poder de los Keane.

Tim Burton asume el guion realista y la farsa de los Keane con una puesta interesante, dominada por el color. La película parece dibujada, coloreada en pasteles, el tono de la felicidad llena de promesas, cuando Margaret llega en 1959 con su hija a San Francisco. Parece que será feliz. El vestuario, los paseos por la ciudad, las calles y ambientes arman la postal en la que la pintora estampa esos niños inquietantes. Las réplicas de los cuadros ocupan la pantalla obsesivamente. Burton dedica su talento a los lienzos en los que van apareciendo los niños, cada vez más siniestros, que hacen lagrimear al público de la posguerra. Sobre el lienzo de las relaciones humanas, los personajes se mueven de manera bastante previsible.

El guion de Scott Alexander y Larry Karaszewski sigue la línea cronológica de la biografía de Margaret, lo cual quita profundidad al drama. Dentro del esquema, Big Eyes plantea la pérdida de la identidad de Margaret, el sojuzgamiento, el arte como liberación y castigo, la legitimidad social y la violencia simbólica.

“Son parte de mi vida”, dice Margaret cuando explica quiénes son los niños y el espectador se queda pensando en esa historia estremecedora.