Big Eyes

Crítica de Agustina Tajtelbaum - Toma 5

El arte de vender

Un drama dirigido por Tim Burton intentando hacer algo diferente: nada de magia y fantasía, nada de CGI en exceso, ni de diseños de producción multimillonarios. Esta vez apuesta por algo diferente, y desde ese punto de partida tenemos que admirar su valor.
Una película biográfica que cuenta la vida no de una sino de dos personas: Walter Keane (Christoph Waltz) y su esposa Margaret (Amy Adams). Ella es ingenua y sumisa; él carismático y caradura. Cuando conoció a Margaret vio también una oportunidad: vender las pinturas de su esposa como si él las hubiera pintado. Afirmando que nadie compra el arte de mujeres, su gran idea fue no sólo vender cuadros, sino comercializar con reproducciones que van desde posters hasta tarjetas postales. Un estilo que le gustaba al público pero que era atacado por la crítica por ser muy kistch y estar producido en masa.
Mientras Walter Keane hace de vendedor, comienza a creerse su propia mentira. Margaret, por otro lado, vive recluida y pierde prácticamente todo contacto social. Pasados los años de soledad y sufrimiento, es ella quien cambia. Sin embargo, es necesario un disparador de violencia más evidente que la empuje a finalmente reclamar por lo que le corresponde.
Aunque cuentan con algunos papeles secundarios que dan aire a la relación, lo cierto es que Waltz y Adams tienen la difícil tarea de llevar adelante la mayor parte de la película. Waltz se corre del papel de villano irónico y es capaz de construir un personaje más sutil, más carismático, un lobo con piel de cordero. Puede hacernos reír en ciertos momentos, y luego odiarlo. Sin embargo, el personaje de Walter siempre es igual. Es Margaret quien tiene el arco argumental y va cambiando con la narración. No es la misma Margaret al principio de la historia, ni cuando la depresión y la soledad amenazan con quitarle toda la cordura, o al final levantándose de sus cenizas y luchando por lo suyo. No sólo ambos hacen un trabajo impecable sino que tienen una gran química entre ellos.
Por otro lado, Tim Burton no ha dejado atrás del todo la creación de sus mundos fantásticos aunque ahora se trate de una película del mundo real. El diseño de producción que retrata los años sesenta es impecable. Dando un aire inocente con el uso de colores pasteles y cálida luminosidad, el director demuestra que es capaz de construir un mundo sin abusar de los efectos especiales. De todos modos en este punto, Burton tiene fanáticos y personas que lo odian, así que no hay término medio. Tiene momentos, debemos admitir, en que se trata de un escenario tan inocente que se nota lo artificial, en especial en cuanto a los momentos de Margaret se refiere.
El guión puede resultar algo lento, le hacen falta algunos elementos de dinamismo. Si se hubiera profundizado la relación con los personajes secundarios, seguramente hubiera cumplido. Además, si bien el frágil estado mental de Margaret es un tema importante, no se profundiza demasiado. De todos modos no es un thriller psicológico, sino una película biográfica en la que el director se preocupa más por mostrar el exterior que el interior de los personajes. Pero quizá con un poco más de acento en este punto, hubiera sido una obra un poco más acabada. La película está bien, y es destacable que un director tan encasillado en un tipo de películas se haya arriesgado por algo nuevo. Sin embargo, le falta una pequeña vuelta de tuerca para ser una historia perfectamente cerrada.

Agustina Tajtelbaum