Bepo

Crítica de Rolando Gallego - EscribiendoCine

La vida sin un plan

Corría 1935. Las influencias anarquistas en la sociedad Argentina se potenciaban con la llegada de materiales de esa índole desde Europa. De contrabando o simplemente por casualidad, el cuento suma una mirada crítica sobre la lucha de clases.

Con imágenes contundentes del “linyera” en su entorno, la película no hace otra cosa más que “vitalizar” la mirada sobre el objeto y grupo del que habla. Si en algunos casos se pierde el interés educativo por considerar, de alguna manera, que el desorden reinaría en una sociedad sin clases o castas, Bepo (2016), de Marcelo Galvez exige que la vara se mida correctamente para evitar perder toda la inocencia e ingenuidad.

Bepo es una propuesta diferente, no sólo por su capacidad para lograr trasmitir, sin manierismos y mucho menos artificio, los sentimientos de los protagonistas, sino porque además comprende que la única manera para poder generar empatía inmediata con los espectadores es hablarles y decirles lo justo y necesario. Los planos cerrados, la producción de una austeridad única, permiten que la película, rodada durante más de nueve meses, en diferentes locaciones, y seleccionando los días lunes para registrar las escenas, termine configurando un verosímil de antaño para realizar relatos frescos, efectivos, en los que el humor como en este caso, suavicen cualquier vestigio de crítica.

La apasionada vida de un hombre que decidió dejar todo para poder sentirse realmente libre y perseguir sus sueños, es el material con el cual Galvez genera los cimientos de su historia basada en hechos verídicos. El guión preciso y cuidado brinda un panorama exacto de la vida de los “crotos”, tal como se definía a aquellos que errabundeaban por la vida y que particularmente, como en este caso, vivían de la suerte de aquello que se les presentaba.

“La propiedad es un robo” grita Bepo en algún momento, y Galvez acompaña a su personaje en esa especie de road movie de trenes, crónica de viaje, en la que Bepo se aleja de su lugar de origen mientras va conociendo gente que lo ayuda a poder avanzar sin mirar atrás. En la decisión de Galvez de relatar su cuento de transformación, con una puesta muy televisiva, planos cortos, acciones sincopadas, y sumar trazos gráficos a modo de separador, Bepo se va configurando con una estructura narrativa plagada de vitalidad, algo único para la pantalla, que termina por potenciar las ideas que presenta. Las vías de tren como guía, la literatura presente en el intercambio de ejemplares con otros “crotos”, y, principalmente, la frescura con la que los actores van interpretando a los personajes secundarios, todos con Bepo cual lazarillo, también suman una mirada para nada complaciente, y una lectura de la historia particular.

Inspirada en el libro homónimo de Hugo Nario, la acertada y dinámica puesta, la división en episodios, y, la idea de un marcada posición anti “todo”, suman tensión e interés para que la convocatoria termine por salir airosa.