Belmonte

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

Nosotros y los miedos

Federico Veiroj (El Apóstata, 2015) vuelve a indagar sobre los vínculos familiares en su nueva película Belmonte (2018), y lo hace con el sello que atraviesa su obra: el humor seco, personal y elegante que caracteriza al uruguayo.

Javier Belmonte (Gonzalo Delgado) es un artista plástico separado de su mujer que encuentra su estabilidad emocional en compañía de su pequeña hija. La ex mujer de Belmonte está embarazada de su nueva pareja y este motivo lo desestabiliza, tanto a él como a Celeste (Olivia Molinaro Eijo), la hija que ambos tienen en común. Poco importa la retrospectiva que el Museo de Artes Visuales de Montevideo realizará en breve de obra de Belmonte, tampoco la venta de sus cuadros, ni la proyección internacional que crece a diario. A Belmonte solo le preocupe el cambio de dirección que tomará su vida cuando nazca el hijo de su ex, y es en esa preocupación que encuentra crear un nuevo vínculo con su hija, perturbada ante la llegada del nuevo hermanito.

Veiroj sitúa su nueva película en el mundo del arte pero no para hablar del snobismo que rodea a los artistas con sus grandezas y miserias, relaciones hipócritas y superficialidades, si bien aparecen en un segundo plano muy menor. El arte es solo la excusa para volver a transitar por temas que le preocupan como el miedo al cambio, las inseguridades, los vínculos, la relación familiar y la inmadurez. Belmonte solo parece sentirse a gusto en la relación con su hija, como si fuera un igual, un espejo de su ser. Pero también el arte aparece como un modo de representación cinematográfico donde los sueños están atravesados por el surrealismo y el presente por un tono realista, al igual que la obra de Belmonte.

Belmonte podría ser un drama existencialista sobre un personaje sumido en una profunda crisis en la mitad de su vida, pero Veiroj se corre del típico lugar para imprimirle dosis de un humor irónico y agridulce, con esa acidez propia del uruguayo, y así crear una comedia que deambula entre lo real y lo onírico, como las pinturas que el propio Belmonte firma.