Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

Breaking Bad lado B

En Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo (Beautiful Boy, 2018), el director belga Félix van Groeningen (nominado al Oscar por Alabama Monroe) construye un desgarrador relato sobre el derrotero de un padre que no sabe cómo ayudar a su hijo adicto a las drogas. Una historia sostenida, en su mayor parte, por las actuaciones de Timothée Chalamet y Steve Carell, quien demuestra una vez más que es tan dúctil tanto para la comedia como para el drama.

Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo se basa en la historia real de Nic Sheff, interpretado por Chalamet, y en el libro de memorias de su padre David Sheff, al que da vida Carrell. Tanto el libro del padre como del hijo se convirtieron en best sellers en Estados Unidos, y sus autores en una especie de predicadores antidrogas que hacen giras por todo el país.

Van Groening sitúa la trama cuando el protagonista tiene 18 años en el seno de una familia de clase media sin grandes problemas y donde nada indica que la adicción sea el desencadenante de un conflicto familiar o social. Mediante la inserción de flashbacks y flash forwards se muestra que Nic no es un chico rebelde, dejado en los estudios o con una vida social preocupante. No necesita crearse dramas familiares ni estar rodeado de malas influencias para drogarse (cristal, LSD, metanfetaminas): lo hace simplemente porque ninguna otra sensación le hace más feliz.

La familia Sheff creía tener todos los medios a su alcance para ayudar a Nic con su adicción. Pero igual que tenían dinero para las clínicas de rehabilitación, lo tenían también para la droga, ya que al joven le era extremadamente sencillo acceder a él y tener recaídas. Fue David, el padre, quien se embarcó en el complicado viaje a la inversa de asumir que su "chico perfecto" era un adicto. Y Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo sigue su punto de vista sobre una historia que nunca pierde el ritmo. No hay espacio para el aburrimiento ni la pesadez en un relato propenso a ello, pero que en varias ocasiones recurre al efectismo para resolver situaciones que podrían haber sido evitadas o resueltas de otra manera.

Lo que cuenta Van Groening es tan verosímil como desgarrador. Habla del engaño y la mentira como norma, de los intentos de rehabilitación y las sucesivas recaídas. Timothée Chalamet y Steve Carell, pese a sus interpretaciones cargadas de emocionalidad, por momentos resultan melosas, logran personajes empáticos, aportando credibilidad a una película que pese a todo sabe de lo que habla, y produce miedo escucharla y pánico vivirla.