Bazán Frías. Elogio del crimen

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

¿Quién fue Andrés Bazán Frías? No hace falta saberlo, por supuesto, porque la película se encargará de aportarnos todos los datos necesarios sobre su historia, pero quizás pueda tener sentido tener alguna información relativa al personaje, para cuando uno selecciona, de la cartelera, qué es lo que tiene ganas de ver.
“BAZAN FRIAS, Elogio del crimen” intenta contar, en principio, la historia de este gaucho tucumano, quien a principios del siglo XX, fue duramente perseguido por la policía local. Como lo irán definiendo a través de las pequeñas entrevistas, algunos de los personajes del pueblo que participan del documental, la figura de Bazán Frías se construyó mucho más cercana a un estilo de Robin Hood pueblerino - robando comida para repartir entre la gente de su barrio-, que como la de un verdadero delincuente.
Luego de cometer un asesinado fue finalmente condenado a prisión y se sabe que allí fue brutalmente castigado por la policía y por lo tanto él aguarda, incansablemente, durante estos meses en la cárcel, la oportunidad de ejecutar su escape. Cuando logra exitosamente su objetivo, esta figura de la fuga favorece más aún a esta construcción colectiva y alrededor suyo, de una figura de héroe, esos actos que lo van convirtiendo en una leyenda tucumana.
Cuando encuentra la muerte con tan sólo 28 años, asesinado por la policía en un intento de escape en el Cementerio del Oeste -que era justamente el lugar que había elegido como refugio y para vivir-, vemos como todas estas situaciones, siguen armando y reforzando más todavía la construcción de una figura mítica, que se ha convertido con el paso del tiempo en una especie de santo popular.
Es así como vemos que su tumba es visitada por muchos de sus “creyentes” que acuden, ya sea para pedirle algunos de sus “milagros”, como en agradecimiento por los favores que ya fueron recibidos al haber pedido en su nombre.
Los directores Lucas García y Juan Mascaró podrían haber construido con este material un documental con una estructura más clásica, más cercana a lo enciclopédico y a la mera información que pudiese ilustrar una historia atrapante y hasta poder incluir algunas escenas ficcionales para realizar alguna reconstrucción de los hechos.
Pero su apuesta para “BAZAN FRIAS, Elogio del crimen”, es inteligentemente, muchísimo mayor. Así es como instalados en el Penal de Villa Urquiza en Tucumán –una cárcel en donde de acuerdo con las estadísticas, el 70% de los presos tiene menos de 25 años y superando ese porcentaje se encuentran los detenidos con causas relacionadas con el consumo de estupefacientes (paco)- relatan, cien años después, y a través de este personaje ya icónico, la situación actual de la vida carcelaria.
Casi sin preguntas obvias ni explícitamente formuladas, trazan un paralelo de aquella cárcel de la que Bazán Frías quiso escapar por el maltrato con esta de hoy que, por momentos, parece no estar tan distante. Los presos aceptan la propuesta de representar ellos mismos la historia de Bazán Frías, formando parte de un taller de actuación, procesos de casting y ejercicios actorales a los que se van sumando y en ese intercambio de experiencias, surgirán, por supuesto, sus historias de vida personales que golpean por la honestidad y la simpleza con la que son relatadas, la transparencia con la que hablan de su vida privada detrás de los muros, ese pequeño mundo que se construye en esa convivencia carcelaria día tras día.
Allí cuando el documental se escapa de la figura central de nuestro “héroe”, va creciendo en todos los sentidos e incluso, cuando avanzan los fragmentos ficcionales del film –de los que se muestra el making off, con lo cual estamos también en presencia de una historia de cárcel dentro de la cárcel y de una filmación de cine dentro del cine- es interesante el registro de la interacción que se produce con el trabajo de la actriz que es convocada para componer al amor de Bazán Frías.
La presencia de un personaje femenino, tan ajeno a ese entorno, genera –así como también sucede con el resto del equipo de trabajo que viene “del exterior”-un enorme respeto, y así se abordarán las diferentes escenas de la ficción que se plantea en el film, que se enriquecen en el diálogo que se produce entre esta ficción-no ficción que corre los límites en forma casi permanente y genera una caja de resonancia perfecta.
En ese juego de espejos, presos representan a presos, presos representan a la policía, presos que representan a su “héroe” y borrando la línea de ficción y documental, García y Mascaró ponen el ojo en la marginalidad, en los bordes, en cada detalle que ayude a definir, tanto ayer como hoy, a este sistema donde la clase más vulnerable sigue padeciendo la violencia social, policial y penal, donde cuesta encontrar la reinserción luego del encierro.
Doloroso, real, vigente, por sobre todo un trabajo sumamente valioso, los directores construyen ese retrato de Bazán Frías que es, a la vez, el de cualquiera de sus otros protagonistas en el aquí y ahora.