Batman: el caballero de la noche asciende

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

De igual a igual contra uno mismo

Cuando en estas líneas reseñamos “Harry Potter y las Reliquias de la Muerte - Parte 2”, hicimos referencia a la oposición entre los paradigmas de “héroe crístico” (el cordero que se sacrifica por los demás) y “héroe órfico” (el que desafía la muerte para ganar la vida). A pesar de la discusión que Héctor Germán Oesterheld planteaba sobre el héroe colectivo en “El Eternauta”, por oposición con los solitarios superhéroes del Norte, lo cierto es que algunos de ellos (y Batman es el paradigma de esto) comparten puntos filosóficos con el último Oesterheld (reflejados en “El Eternauta II”, por ejemplo).

Algo de eso podría resumirse en la (hay que reconocerlo) algo críptica frase del subcomandante Marcos: “Para todos la luz, para todos todo; para nosotros la alegre rebeldía, para nosotros nada”. Algo que podría traducirse malamente como “luchamos por el bienestar general, pero nosotros no nos beneficiaremos con ello, sólo obtendremos la escueta felicidad de seguir en la lucha”.

Transfiguración

Como en el caso del mago creado por J.K. Rowling, la conclusión de la saga del Murciélago corre por caminos similares. La clave de la victoria (en realidad, la victoria misma) reside en salir de la posición sacrificial para salir a luchar por la propia vida, no entendida solamente como subsistencia.

Es lo que le pasa a Bruce Wayne en “Batman: El Caballero de la Noche asciende”, cierre de la trilogía sobre el vigilante nocturno gestada por Christopher Nolan. La historia se sitúa ocho años después de los sucesos del filme anterior, período en el que Batman desapareció tras asumir la muerte del admirado Harvey Dent, enloquecido en realidad por la muerte de su prometida y su desfiguración; todo para que Ciudad Gótica no se quede sin su “Caballero Blanco”, su héroe institucional inmaculado.

Si como enmascarado había despreciado su propia seguridad, como ex vigilante Wayne se convierte en un ermitaño, alejado del mundo, lo que (como su mayordomo Alfred le indica) no es mucho mejor.

Pero el ataque terrorista del enmascarado Bane, la crisis de las Industrias Wayne y su fascinación por la ladrona y aventurera Selina Kyle lo obligarán a salir de la catacumba y volver a vestir el manto del Murciélago para enfrentar una amenaza de proporciones colosales.

De todos modos, la verdadera batalla crucial se librará en el interior del paladín: deberá abrazar el miedo a la muerte para reconectarse con la vida, para volver a tomar conciencia sobre el porqué de su infatigable lucha. Si en la recientemente estrenada “El sorprendente Hombre Araña” el dilema del enmascarado consistía en salir del egoísmo (venganza de su tío asesinado) hacia el altruismo (defensa de la comunidad), en “El Caballero de la Noche asciende” la clave es pasar del altruismo total (abandono de la vida personal) a un egoísmo que permita reencontrarse con motivos por los cuales luchar.

Vericuetos

El guión firmado por Christopher y Jonathan Nolan (sobre historia de Christopher Nolan y David S. Goyer) es tal vez el más oscuro y profundo de su trilogía, sin sacrificar acción y ritmo narrativo. Meter todo eso en un filme le consume dos horas 45 minutos, pero que no se sufren. De todos modos por momentos parece que no alcanza para meter toda la información, por lo que tal vez sea una propuesta algo ambiciosa.

De igual manera pasa con la serie de guiños para fans (la fractura que no es, alguna referencia a los filmes de Burton) cruzados con cambios en biografías para que la historia sorprenda. Pero de todos modos no le quita potencia al relato.

Rostros

Sin un villano fuerte como el Guasón que el extinto Heath Ledger encarnó en el filme precedente (Bane es solamente una fuerza imparable e inexpresiva, encarnada por Tom Hardy) toda la carga actoral está del lado de la ley.

Christian Bale le aporta toda la oscuridad necesaria a Wayne, mientras que Gary Oldman afronta con solvencia a su comisionado Gordon. Otro tanto hace Morgan Freeman como Lucius Fox, el cerebro detrás del temerario millonario, mientras que Michael Caine vuelve a dictar cátedra en los momentos que tiene para lucirse como el mayordomo Alfred Pennyworth. Algún momento de holgura tiene Joseph Gordon-Levitt como el detective Blake, con su dilema sobre las instituciones, y Matthew Modine como el oficial Foley y su debate sobre el coraje.

Pero la expectativa está puesta en las chicas, por supuesto. Anne Hathaway aporta toda la frescura de su Selina, más sedienta de redención que cualquier otra cosa, pero aventurera divertida al fin (aunque no podrá evitar las comparaciones con la Gatúbela de Michelle Pfeiffer). Por su parte Marion Cotillard sintetiza la corrección política de Miranda Tate, la contracara de Gatúbela.

Luces y sombras

Nada de esto funcionaría sin la puesta visual, amparada en la fotografía de Wally Pfister, el diseño de producción de Nathan Crowley y Kevin Kavanaugh y el vestuario de Lindy Hemming. La Ciudad Gótica de Nolan se constituye mucho menos gótica que la de Burton, mucho más neoyorquina que en otras versiones que la asemejan a otras ciudades de Nueva Inglaterra, y las escenas diurnas parecen primar por momentos.

Entre las novedades técnicas está la aparición del vehículo aéreo de Batman, que se suma a la conocida batimoto con rotación lateral en sus ruedas, ahora en las manos de la minina atrevida.

Por cierto, el final de la trilogía deja puertas abiertas, aunque nada indique que por el momento alguna vaya a ser explorada por Nolan. Quizás en algún momento otro director tenga la oportunidad de retomar el personaje, otro actor vista la capa y la máscara, y el Murciélago renazca otra vez.