Bajo la misma estrella

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Es complicado decir si esta película es literalmente excelente. Pero si se hicieran más filmes de este tipo, el mundo sería un lugar mejor. Es que es tremenda. La muerte está presenta constantemente en esta historia. Pero también mucha vida. Es difícil sobrellevarla, porque es triste y lo que muestra le puede pasar a cualquiera. Es fácil de tolerar porque es luminosa, espontánea y hasta divertida.

Un consejo para el espectador podría ser: vaya a verla, va a sufrir, pero se va a sentir mejor.

Hazel, una jovencita con cáncer en los pulmones, cuenta su experiencia como si se tratara de un diario íntimo. Vivir casi confinada en su casa, probar medicamentos como un conejo de Indias, superar cada tanto una hospitalización y agradecer al cielo por tener unos padres amorosos y dedicados exclusivamente a ella. Al fin y al cabo, lo único que tiene es su rutina. De la que ni siquiera el mundo tal y como es hoy, poblado con la tecnología de teléfonos, ordenadores, videojuegos y vehículos de alta gama, puede rescatarla.

"Bajo la misma estrella": Lágrimas garantizadas

Una día, su mamá, Frannie empieza a convencer a Hazel de que sería bueno sumarse a un grupo de ayuda para enfermos como ella. Hazel acepta ir, aunque montada en el mismo escepticismo que la existencia le ha hecho sentir, y que cada tanto la hace ver al mundo como algo ridículo, al borde del humor negro. Un sentimiento parecido al que cargaba la jovencita embarazada que quería una adopción compartida en La joven vida de Juno.

Vaya uno a saber cómo son las emociones que manejan los que pueden ver de cerca la frontera de sus vidas. Hazel conoce en el grupo a un muchacho que le encanta. Y se enamoran. Impresionante encuentro de dos sentimientos tan poderosos, la muerte y el amor, que en esos dos jovencitos disparan las ganas de vivir, unas ganas furiosas de vivir.

Bajo la misma estrella tiene esa simpleza única que ayuda a llegar un poco más lejos en el conocimiento de nuestro infinito ser. Es lúcida. Hace muchas preguntas, quizá demasiadas, pero también responde más que otras películas. Al fin y al cabo, como dice un director francés sin idealizar, el cine nos entrena para soportar algunas emociones que después llegan en la vida real.

Una obra valiente que probablemente tenga como destino la circulación en una franja muy reducida de personas: enfermos, parientes, médicos, psicólogos, estudiantes. Ojalá que no. En Estados Unidos no sucedió. A pesar de su frontalidad, ya la vieron decenas de miles de espectadores.