Bajo la misma estrella

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Esta es una de esas películas cuya entrada debería venir acompañada por un pequeño manual de instrucciones en el que se recomiende dejar de lado los pochoclos e ingresar en la sala con una caja extra large de pañuelos de papel y anteojos de sol para cubrir las consecuencias de pasar dos horas llorando en la oscuridad de la sala.

Porque hay que decirlo: más allá de sus méritos (que los tiene) y sus fallas (que las tiene también), lo que más se recordará de Bajo la misma estrella es lo mucho que hizo llorar. Algunos espectadores ya sabrán, especialmente si son adolescentes, de qué trata el film porque está basado en la novela escrita por John Green, que fue y sigue siendo un suceso entre los jóvenes lectores.

El relato empieza siendo triste (su protagonista y heroína es una adolescente enferma de un cáncer que más temprano que tarde terminará con su vida) y termina siendo tristísimo. Lo que sucede entre uno y otro extremo es la tierna historia de amor entre Hazel, la chica en cuestión, y Augustus, un joven al que conoce en un grupo de contención para quienes sufren la enfermedad.

Casi una trampa para el golpe bajo y la resolución melodramática, el film dirigido por Josh Boone y adaptado por Scott Neustadter y Michael H. Weber (500 días con ella) logra evitar el tropiezo en buena parte de su desarrollo, que incluye visitas al hospital, un viaje en busca de respuestas existenciales y el temor de la protagonista a enamorarse porque es una "granada a punto de explotar".

Inteligente, ocurrente y necesitada de la vida de adolescente normal que nunca tuvo, Hazel es un personaje interesante, divertido y vivaz (o todo lo vivaz que puede ser alguien con un tanque de oxígeno como accesorio permanente). Tal vez interpretada por otra actriz que no fuera Shailene Woodley, podría provocar más lástima que otra cosa, pero lo cierto es que gracias a los aciertos del guión y la actuación de la perfectamente fotogénica Woodley, Hazel ocupa cada rincón de la pantalla y consigue una empatía que no sólo está hecha de la pena que le tenemos.

A su lado, todos parecen estar algo fuera de registro, exagerados en su dulzura (como la mamá que juega Laura Dern) o en su amargura. Es que, entre tantas buenas intenciones, aparece el personaje de Willem Dafoe, el autor del libro favorito de Hazel, un misántropo que funciona como una suerte de villano externo en una historia en la que el enemigo es siempre interno e implacable.

A medida que avanza el relato y la fantasía del romance juvenil que llena corazones e inunda lagrimales, el film se enreda en pasajes demasiados esquemáticos y cae en la tentación de resolver situaciones con un sentimentalismo exagerado. Sin embargo, por cada escena fallida (ver la del museo de Ana Frank) hay muchas otras que funcionan y cumplen con el mandato del subgénero de las películas para llorar: contar una historia de amor que dé rienda suelta a las lágrimas y empape los pañuelos.