Bajo la misma estrella

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Sobriedad para evitar el melodrama

El director Josh Boone toma la sabia decisión de hacer del cáncer uno de los elementos constitutivos del film y no el epicentro, convirtiendo a sus protagonistas en chicos antes que en enfermos terminales. En el final, eso sí, se pasa de explicaciones y moralejas.

“Hazel no se despega de su tanque de oxígeno, Gus de su pierna ortopédica. Ambos se conocieron en un grupo de ayuda para pacientes de cáncer.” La sinopsis oficial de Bajo la misma estrella es una invitación a fruncir el entrecejo y a la risa socarrona. Más aún si se tiene en cuenta que se trata de la enésima adaptación de un best-seller infanto-juvenil y que Hollywood suele hablarles a los adolescentes como seres inferiores antes que como adultos en formación. Así, el melodrama lacrimógeno sobre un amor crepuscular de esos que aturden a fuerza de violines y la búsqueda de la emoción únicamente como consecuencia del golpe bajo tenía gustito a certeza. Pero, para sorpresa de los desconfiados, Bajo la misma estrella es, al menos durante sus dos primeros tercios, una película que gambetea la tentación de lo falsamente descarnado y lo sensiblero con sobriedad, respeto y naturalidad. ¿Que qué tan natural es la viabilidad de esa relación? En la lógica del film, mucho. Al fin y al cabo, Josh Boone (el mismo de Un lugar para el amor, estrenada aquí el último diciembre) toma la sabia decisión de hacer del cáncer uno de los elementos constitutivos de su opus dos y no el epicentro, convirtiendo a sus protagonistas en chicos antes que en enfermos terminales.

“No quiero la vida que tengo”, refunfuña Hazel (Shailene Wood-ley), poniendo de manifiesto la insatisfacción ante los condicionamientos de la enfermedad. Sus pulmones destruidos a raíz de un cáncer de tiroides, un respirador como compañía permanente y la insistencia de su madre (notable Laura Dern) son razones más que suficientes para buscar apoyo en un grupo de contención. Grupo de contención al que también asistirá Gus (Ansel Elgort), quien perdió una pierna a raíz de un osteosarcoma. El flechazo es instantáneo. Como en nueve de cada diez películas románticas, se dirá con razón. Lo que es menos habitual es la coherencia del punto de vista adoptado por Boone. Esto es, hablar de los arremolinamientos de la adolescencia no desde el paternalismo supuestamente sabelotodo de la adultez –o de cómo piensa un adulto que piensan y sienten los adolescentes–, sino desde la altura emocional y cultural de la parejita, priorizando y respetando sus inquietudes, descubrimientos y rebeldías en lugar de enjuiciarla.

Llegado este punto, podrá achacarse el exceso de miel e idealización circunvaladas por un contorno social arbitrario y apegado a las normas del prototipo imperante de familia yanqui. Pero la inteligencia del film está en leer ese statu quo a través de la mirada naturalista e inocente de su protagonista. Protagonista que es sencillamente extraordinaria. “A muchos les recuerdo a mucha gente”, dice por ahí Hazel, como si fuera plenamente consciente de que el rostro de la mujercita detrás del personaje es demasiado normal, demasiado ordinario, demasiado poco bombástico, para convertir a

Woodley en la gran actriz de la generación sub-25 que merece ser, puesto ocupado por la mucho más mediática y oscarizada Jennifer Lawrence. Al fin y al cabo, lo que en la segunda es imposición y avasallamiento (Lawrence es, con perdón de la misoginia, un camionazo), en la primera es una construcción desde lo cotidiano y lo genuino que la convierten en una de las pocas intérpretes que parecen actuar siendo ella misma. Ver si no la genial y aquí inédita The Spectacular Now, otra película que les hablaba de vos a vos a los adolescentes.

Queda claro, entonces, que la adaptación de la novela homónima de John Green no sólo comprende los avatares de sus criaturas, sino que se toma la molestia de no menospreciarlos ni subestimarlos. Y con eso, a su público. Hasta que... lo hace. Sobre el último tercio, un viaje simboliza el quiebre madurativo de la narración y la imposición de los mandatos del mainstream juvenil, trocando lo mesurado por una andanada de explicaciones y moralejas sobre la importancia de vivir el presente y demás. Una lástima, porque arruina un film hasta ese momento potente y humanista, cualidades que Hollywood muchas veces se empecina en despreciar aun cuando las tiene servidas.