Bailar la sangre

Crítica de Mariana Zabaleta - Subjetiva

“Bailar la sangre”, de Eloísa Tarruella y Gato Martínez Cantó
Por Mariana Zabaleta

La propuesta se explicita con pura objetividad a través del mensaje de la coreógrafa (Eva Iglesias). El concepto de trasposición saca a lucir un contexto: “una urbanidad” rioplatense que será escenario para la puesta de una idiosincrasia (transatlántica) que tiene por lenguaje la complejidad de una danza. ¿Quién mejor que Federico Lorca, nombre que remite a la puñalada pasional del teatro español? Asesta un golpe, el repique certero de la palabra y el zapato. La tierra es el tambor universal, si no es el primero es el segundo, tan antiguas historias se contaron en las costas de Andalucía.

El gitano puede ser un estilo del folclore popular, lo andaluz tan cercano a estas costas es una cuestión de piel. Señalando la vigencia del vínculo de idiosincrasias, entre la obra y la propia de sus protagonistas. Amor-tragedia, historia universal, dicotomía que quiebra el sentido en pos de la emoción. Obra enigmática, la pulsión de la sangre, esa que hierve. Resplandece el erotismo nocturno en la tragedia, belleza nostálgica, latente. Cine y obra se vinculan en música y coreografía, el movimiento y el pulso se combinan constituyendo registros, tiempos, pulsos.

Bailar la sangre es una búsqueda detrás de Lorca, un enigma cercano, un espíritu poeta y pasional que nos contagia su tragedia y romance, nos influye vitalidad. Resulta conmovedor ver a estos artistas discurrir sobre su hacer, los bailarines comienzan con timidez, sus cuerpos expresan otro decir sobre esta trasposición a través del movimiento. La música construye una puesta de áridas tierras, las escenas de making off y “detrás de escena” tienen gran frescura otorgando dinamismo al aspecto más narrativo o reflexivo de la puesta. Lorca se siente cercano, confesiones de una actriz argentina (Mimí Ardú) que reflexiona sobre la entrega de su cuerpo e imagen al personaje. Parece un placer entregarse a un personaje que retrata lo cercano, lo similar puede ser familiar.

La voz autorizada de Cristina Banegas arroja complejidad política a la figura del artista, allí descubrimos junto con la bailarina (Brenda Bianchimano) la venida del poeta a nuestra ciudad. Dubatti señala una clave de lectura por demás atinada y singular, el ritual que Lorca conduce bordea los limites, los estira y juega con ellos. La pasión se refuerza en la tensión de la mixtura. La tensión propia de una obra compleja, a contrapelo. La función social del teatro de Lorca parece tener un precedente en las impresiones que se llevó del público y sus obras representadas en múltiples teatros porteños.

No solo voces autorizadas darán espesor a la trama, el IMPA como espacio de producción y discusión alberga un dialogo colectivo y reflexivo sobre el propio ejercicio en la película. Ya sin timidez sus protagonistas, músicos y bailarines ríen y comparten su parecer con total soltura. Resulta valorable y agradecida la apertura que la cámara logra capturar. Un “flamenco con licencias” da cuenta de un encuentro, un quehacer colectivo que le pone carnadura a la pantalla. Zonas de “liminalidad”, un arte comprometido y una vida atravesada por lo artístico.

BAILAR LA SANGRE
Bailar la sangre. 2019, Argentina.
Dirección: Eloísa Tarruella, Gato Martínez Cantó. Intérpretes: Jonathan Acosta, Brenda Bianchimano, Gastón Strazzone, Mimí Ardú. Duración: 66 minutos.