Badur Hogar

Crítica de Nazareno Brega - Clarín

Juan Badur (Javier Flores) está estancado. A los 35, todavía no abandonó la casa familiar en Salta capital y vive de limpiar piletas con un amigo, de no tan buen pasar económico como él, que se queja porque la parte más pesada del trabajo recae siempre sobre sus hombros.

La segunda película de Rodrigo Moscoso, a casi dos décadas de Modelo 73, arranca como si fuera una continuación de aquella irreverente comedia adolescente, con la búsqueda del humor en la dinámica entre amigos con personalidades muy diferentes. Pero enseguida irrumpe la porteña Luciana (Bárbara Lombardo) y revoluciona por completo la vida de Juan y la película. Badur Hogar se transforma en una comedia romántica impulsada por la personalidad explosiva de esa Luciana que parece salida de las mejores comedias clásicas de Hollywood.

La diferencia de velocidades entre el quedado Juan y la impulsiva Luciana disparan las mentiras y enredos que hacen avanzar la trama. Juan encuentra en Luciana una razón para madurar y dejar de aferrarse al pasado, pero enseguida se siente atrapado en una telaraña de malos entendidos y toma una mala decisión detrás de otra, como quien termina en el camino a destino más largo y espinoso a partir del encadenamiento de supuestos atajos. Badur Hogar es una película de crecimiento que no necesita recurrir a la pérdida de la inocencia infantil para subrayar el avance del protagonista.

Moscoso mantiene siempre el norte mientras pasea por distintos géneros y consigue evitar las trampas de las exageraciones. En esta Salta que parece universal nadie es unidimensional gracias al manejo del cineasta de los matices de sus personajes. Acá no hay villanos, nadie es demasiado zonzo, nada explota en el choque cultural de una porteña con un salteño y la película da cuenta de las distintas realidades sociales atravesándolas sin declamaciones ni violencia innecesaria. Juan necesita madurar a los golpes, pero a Moscoso no le interesa noquearlo ni tirarle piñas por debajo del cinturón.