Ausencia de mí

Crítica de María Bertoni - Espectadores

“Hago falta…
Yo siento que la vida se agita nerviosa si no comparezco, si no estoy…
Siento que hay un sitio para mí en la fila,
que se ve ese vacío,
que hay una respiración que falta, que defraudo una espera”.

Vale recordar los versos de Guitarra negra antes de reseñar el documental que la argentina Melina Terribili le dedicó a Alfredo Zitarrosa. De hecho, Ausencia de mí retoma las nociones de falta, de vacío, de silencio que inspiraron aquella obra poética para volver a expresar la pena y el dolor profundos que la censura y el destierro infligieron en el cantautor uruguayo.

En las antípodas del formato ortodoxo que articula datos duros con entrevistas formales a seres queridos, colegas y/o estudiosos, Terribili privilegia el testimonio del propio homenajeado. Lo hace a partir de grabaciones y filmaciones que Zitarrosa realizó en la intimidad de su hogar y en casa de amigos, y que forman parte del ecléctico archivo familiar que la viuda e hijas del artista popular entregaron en comodato al Estado uruguayo.

Como todo ejercicio de memoria, éste también comienza en el presente, en este caso, con la llegada de la colección privada al Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas de Montevideo, y con las primeras tareas de curaduría. El viaje en el tiempo supone, por otra parte, un trabajo de contextualización que retoma material de archivos públicos y que propone un repaso de la historia reciente de Uruguay y de Latinoamérica. De esta manera, a treinta años de su muerte, Don Alfredo revive como vivió, es decir, íntimamente ligado a las circunstancias políticas que condicionaron su vida personal y su trayectoria artística.

Los separadores formales utilizados en el film reproducen versos de Zitarrosa o marcan etapas de su vida, por ejemplo Exilio I, Exilio II, Exilio III. La tipografía elegida parece aludir a la obra escrita a máquina que convive con aquélla manuscrita. Por ésta y otras referencias, dan ganas de llamar contrabiografía a una película que además recuerda las contracanciones por encima de Doña Soledad, Crece desde el pie y otros temas que gozan de mayor difusión.

La realizadora porteña le escapa tanto al lugar común que borra los límites entre destierro y repatriación. De hecho sugiere que, una vez extinguido el fervor por el regreso al paisito, el otrora locutor y periodista experimentó el desconcierto y la tristeza que provoca el llamado exilio interno. Asoma entonces la hipótesis de que ésta fue la verdadera causa del encuentro prematuro con la muerte tildada de fisgona.

A través de Ausencia de mí, Don Alfredo vuelve a comparecer, a estar, a respirar, a silbar entre nosotros. Y por si hiciera falta, vale decirlo: el poeta y cantor no defrauda. Al contrario, resiste victorioso el paso del tiempo y los embates de otro cómplice de la Parca, el olvido.

Un dato nada menor: Terribili les dedica el primer largometraje que dirigió sola a su padre Carlos y a Jorge Vidart. El primero fue artista plástico, nacido en Buenos Aires; el segundo, fotógrafo oriundo de la localidad uruguaya de Sauce. Ambos entendieron el arte tal como lo define Zitarrosa en un extracto del film: “un acto de amor a la Justicia, al Hombre, a la Verdad”.