Ausencia de mí

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Canciones del exilio y del desexilio

Con valiosísimos materiales de archivo, el documental de Terribili reimplanta al cantautor uruguayo en la contemporaneidad, después de una larga ausencia.

Escrita y dirigida por Melina Terribili, Ausencia de mí no es un documental musical, por eso faltan varias de las canciones más icónicas de Alfredo Zitarrosa, como “Doña Soledad” o “El violín de Becho”. Por el contrario, ese devastador concentrado de belleza que es “Adagio en mi país” se oye dos veces, una durante el transcurso del film y la otra sobre los créditos finales, tal vez porque a la realizadora le encante o quizás porque maride bien con la idea que anima el documental. ¿Qué idea? En principio, la de la exhumación: Ausencia de mí empieza a tomar forma a partir del momento en que la viuda del músico, Nancy Marino Flo, y sus dos hijas, Moriana y Serena Zitarrosa, entregan al Estado uruguayo, un lustro atrás, los cientos de cajas donde desde hace casi treinta años guardan carpetas, escritos, notas mecanografiadas, apuntes, casetes, cartas de AF, destinados a perdurar. Ausencia de mí trae de nuevo al presente aquella voz, aquella figura, aquel modo de ser que ya en los años 70 resultaban anacrónicos. Ni qué hablar ahora.

El traje y la corbata, el pelo peinado para atrás, la voz varonil, los modales respetuosos, las ideas claras, las milongas y camperas, acompañadas por una escuetas guitarras. Fallecido a los 52 años como consecuencia de una peritonitis, Zitarrosa es un criollo educado e inspirado que le habla a la modernidad desde un paisito que hace rato no existe más. Desaparecido de radios y librerías, a pesar de haber editado en vida catorce LPs y en forma póstuma cuatro libros (en ambos casos en su país), el documental de Melina Terribili lo reimplanta en la contemporaneidad, después de tan larga ausencia. La película imita el movimiento de poner en imágenes lo que viuda e hijas van extrayendo de las cajas, lógicamente dándole un orden. El hilo se tiende desde febrero de 1976, cuando, tras tres años de dictadura en su país, Zitarrosa y los suyos parten al exilio en Argentina, España y México. Febrero 1976: mal momento para llegar a la Argentina. Por eso durará tan poco su estada aquí.

Para ayudar a la organización del material, Terribili lo divide en capítulos. El tiempo del exilio está escandido en tres, a marzo 1984 le corresponde el “desexilio”, término acuñado por Mario Benedetti. En el exilio, este coloso de la música latinoamericana no puede componer un solo tema, en algún momento mujer e hijas no aguantan más y se vuelven. Se reencontrarán más tarde. “Hay muchas canciones esperando allá”, dice Zitarrosa en off, y en cuanto puede toma el avión de vuelta. En Uruguay, un militar promete que el ejército no va a volver a dar un golpe “si no lo obligan a ello, como ocurrió en 1973”. Recibido como un héroe (se lo ve exultante, asomado a la ventanilla del auto que lo trae), el autor de “Guitarra negra” canta más por solidaridad que por contrato. En algún momento anuncia que deberá cambiar de política, porque los suyos necesitan comer.

Esta es, a grandes rasgos, la historia. ¿Cómo la cuenta Terribili? Echando mano sobre todo del abundante arsenal de películas caseras, que muestran un Zitarrosa impensado: distendido, sonriente, entrando al mar de la mano de una de sus hijas o jugando con ambas. Ellas, las imágenes lo demuestran, se deshacen por el papá, a quien no se ve nada distante. Zitarrosa con sombrero playero, Zitarrosa con el pelo largo y suelto, bien 70’s, Zitarrosa con anteojos, ya de vuelta en Uruguay, bailando con la hija mayor en el cumple de 15. Zitarrosa en un aparte con su bella mujer, Nancy. Lo que las imágenes caseras no proveen lo facilitan las fotos de archivo, muchas de ellas entre las más conocidas. Teniendo en cuenta que el autor de “Crece desde el pie” dejó una enorme colección de casetes caseros, el sonido en off no habrá sido tan difícil de resolver. El hombre no sólo grababa música: conversaciones privadas y telefónicas, entrevistas radiales, reflexiones en tono lírico, melodías silbadas. “Dejó dos casetes llenos de silbidos”, confirma la viuda. “Me levanté a la mañana, puse la radio y escuché una melodía que, supongo, sería marroquí”, dice Zitarrosa durante su estada española. Y silba la melodía. 

“Aspiro a no morirme antes de que el continente sea socialista”, anhela este consecuente militante del Partido Comunista de su país. Por suerte no llegó a enterarse del todo que los rumbos eran muy otros.