Asesinos de Elite

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Mercenarios de buen corazón

Robert De Niro y Clive Owen aportan lo que pueden en un film de manual y con poco riesgo sobre entrenados asesinos contratados por un jeque para matar a tres espías británicos.

Al menos en el cine, prácticamente desde siempre, las películas sobre fuerzas especiales, cuerpos de élite y toda la gama de soldados profesionales que pueblan los ejércitos del mundo instalaron la idea de que los hombres que alguna vez fueron parte de esos maravillosos grupos humanos poseen un una idea de camaradería (desbordante), de moral (superior) y de justicia (propia), que está más allá del común de los mortales.
Asesinos de élite arranca desde el camino recorrido por sus muchas antecesoras y en el principio ubica a Danny (Jason Statham) y Hunter (Robert De Niro), los dos protagonistas, en un último trabajo que como cualquier espectador imagina desde el vamos, en realidad será el penúltimo, da algunas pistas de un pasado poblado de aventuras –que en este caso tienen lugar cuando ambos estaban al servicio de su majestad británica e integraban el SAS, el Servicio Aéreo Especial Británico–, el hastío por esta curiosa forma de vida y los caminos que se bifurcan entre el noble y letal Danny, que se autoimpone un retiro prematuro en Australia, y su mentor Hunter, que tozudamente sigue en la arriesgada pero lucrativa actividad mercenaria.
Y sí, víctima de la codicia, el veterano cae en la trampa de un jeque que lo usa de cebo para atraer a Danny, que deberá asesinar a los ex miembros del SAS que masacraron a la familia del jeque en Omán, si quiere que Hunter continúe respirando.
Basada en hechos reales (¿?) tomados de The Feather Men, un libro escrito por un tal Sir Ranulph Fiennes que en el momento de su publicación fue desmentido por el Ministerio de Defensa británico y provocó un pequeño escándalo político, el film del debutante Gary McKendry posee todos los tips del género: tiene una módica cuota de suspenso, locaciones en varios puntos del planeta, las escenas de acción cumplen con lo esperable, casi siempre a cargo de Jason Statham, que pone cara de piedra, protagoniza un romance intrascendente, golpea, dispara, en fin, hace lo suyo. Por ahí anda De Niro, aportando presencia y no mucho más y Clive Owen encarnando a otro ex SAS, convencido de los viejos y buenos valores que hicieron grande al imperio y desperdiciado por una puesta sin convicción.
En suma, una película de manual, con una realización sin riesgo, casi en piloto automático, que ni siquiera alcanza la media de los estrenos del cine de acción destinados al entretenimiento.