Armonías del Caos

Crítica de Rolando Gallego - Lúdico y memorioso

Poesía en la rutina

En la vida de Fernando (Carlos Echevarría), el protagonista de Armonías del Caos (2012) de Mauro Nahuel López, todo es pesar. Pesar por su existencia, por tener que compartir vivienda con su padre (Lorenzo Quinteros), un hombre perdido en su mente, y pesar porque no ve una salida posible al tan gris presente que el destino le ha dejado en suerte.

Diariamente debe esperar, a pesar de tener más urgencia que su padre, para realizar cualquier actividad, y alistarse para cumplir con su horario laboral, que éste termine sus diarios quehaceres en el baño, la cocina, hasta poder irse tranquilo, para que, al menos, al salir de su casa, tenga la creencia que nada extraño acontecerá.

Su mujer (Maria Laura Belmonte), también vive ese presente lleno de carencias, y pese a que ama a Fernando, sabe que nada cambiará al menos por el momento, lo que también la agobia y la expone a una situación personal desesperante, tan desesperante como la de su marido y su padre.
Alberto (Quinteros) aprovecha los momentos en que la vivienda queda para el solo como para poder, sin que los demás lo sepan, cumplir con algunas fantasías, y así, un viejo vestido puede ser una compañera de baile ideal, la misma con la que terminará concretando un encuentro furtivo en una habitación en la oscuridad de su soledad, para luego echarse a dormir abrazado a ella.

López se detiene en Alberto, y explora su acontecer diario, con una cámara que busca y logra plasmar con poesía y una cuidada fotografía la decadencia de un hombre, que a pesar de todo, intenta “volar” en la soledad de su casa.
Pero cuando un día Fernando regresa del trabajo, algo lo hace despertar de esa situación abúlica y tediosa de la rutina, por lo que decide contactar a un hombre (Sergio Pángaro) para que lo ayude a terminar con la sorpresa que se encuentra en la vivienda y de la que inevitablemente él no sabe cómo salir.

Y así, de a poco, con esa incorporación del “extranjero”, la rutina estalla en otredad, y lo conocido se hace desconocido, y en ese extrañamiento ante el quiebre, López genera una segunda parte del filme tensa, en donde la poesía ya se transforma en tragedia.
La trayectoria del realizador en el mundo de la publicidad impregna al filme con una estética cercana al clip estilizado, y eso logra que las imágenes de transición superen la disrupción que en los enlaces con títulos se avecinan horarios y momentos del día.
Armonías del Caos es un filme imperfecto, pero que gracias a la entrega y el oficio de sus actores, destacando a Quinteros, la simple anécdota disparadora del conflicto, termina por generar la empatía necesaria para que el patetismo con el que el hijo trata a su padre, y el miedo con el que se relaciona con el extraño, terminen por converger en un relato intimista sobre una familia que no sabe ya qué hacer con uno de sus miembros y ve en la oportunidad de pensar una salida también una escapatoria para sus vidas.