Arabia

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Una maravillosa canción de protesta

Cuando los recursos literarios aplicados al cine generan la sensación de que muchas veces una imagen no vale por mil palabras, de inmediato surge el dilema de saber cuándo sí y cuándo no es conveniente recurrir a la voz en off en una ficción. Arábia es una muestra palpable de la potencia del elemento literario entremezclado con el recorrido de los fotogramas y los segundos, siempre al servicio de la narración.

Entonces, ¿Alcanza con tener una buena historia entre manos?, la respuesta es fácil: claro que sí, cuando está bien contada, narrada, acompañada de personajes creíbles y queribles, con los cuales surjan voces y la honestidad que transmite la emoción genuina o su contracara la tristeza genuina.

Lo alegre y lo triste marcan el compás de esta maravillosa canción de protesta contra lo efímero de la vida; contra las curvas peligrosas de un viaje para el que nadie está preparado solamente desde la necesidad de viajar quieto pero viajar al fin y al cabo. Ese viaje se inserta -como las canciones- en la propuesta de la dupla João Dumans y Affonso Uchoa, quienes dirigen con absoluta precisión y confianza el derrotero de un personaje que nos habla desde su diario encontrado por un joven, André (Murilo Caliari) en plan de voyeur literario.

La idea de que todos tenemos una historia importante que contar o experiencias de vida jugosas confronta de inmediato con la realidad y la aventura como herramienta lícita de transformación de esa realidad muchas veces dura y sin tregua para quien la transita.

En ese sentido, la no correspondencia de Arabia como lugar geográfico y el escenario de Ouro Preto en Brasil, espacio donde transcurre el film cuando avanza sobre el pasado del personaje, enfatiza la poca importancia de la palabra y la trascendencia de lo que evoca o representa para el protagonista (Aristides de Sousa) en un acumulado vaivén de oficios, personas con las que se relaciona durante cada trabajo y su desgaste mental y físico para dejar en claro los embates de otra transformación entre el Brasil industrial y el rural.

Es de destacar la capacidad y sutileza de albergar tantos tópicos que van de las angustias existenciales del protagonista a sus reflexiones sobre la vida, el paso del tiempo, el aprendizaje de la calle, de la cárcel y de formar parte de los millones de parias que viven errantes, sin posesiones más que aquellas migajas que recogen de sus trabajos insalubres, como el de una fábrica de aluminio en horario nocturno expuesto al calor y al esfuerzo de los músculos, para mover piezas de una maquinaria que fagocita energía, vidas e ilusiones.

El otro pivote de Arábia es el joven que establece el nexo entre lo literario y lo cinematográfico, quien recorre con su bicicleta otro Brasil distinto al de las letras, vive con un hermano enfermo menor que él en la casa de una tía muy cerca de la polución de la fábrica en Ouro Preto, ese gigante que no duerme y sigue de pie gracias a la fuerza de los músculos cansados de los hombres de a pie.

Hay una frase que define el tiempo y el universo que transita por Arábia y que llega como no podría ser de otra manera en una canción: el amanecer es un nuevo comienzo.

Simplemente antes de partir quizás haya que vivirlo día a día como si fuese el último y entonces recordarlo aunque más no sea en las hojas desperdigadas de un diario o una pequeña historia con una gran aventura detrás, sea en Arabia, en Brasil o en un papel.