Arabia

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

La narración de la historia

Arábia (Brasil, 2017), la notable película de João Dumans (Donde envejezco, 2016) y Affonso Uchoa (Afternoon Woman, 2010; El Tigre oculto, 2014), va a desplegar durante su desarrollo, sin alardes de ningún tipo, sin grandilocuencia, pero más que nada sin renunciar al carácter discreto y amable que caracteriza la forma en que compone su narración, cuestionamientos precisos acerca de cómo el cine latinoamericano –en este caso, el brasileño– se ocupa de filmar la pobreza, cómo se aproxima a la existencia de los “desconocidos de siempre”, cuyo destino pareciera ser inmodificable; cómo representa, en definitiva, la desdichada realidad que deben sobrellevar los trabajadores hasta el final de sus vidas. Cuestionamientos que van a propiciar secretamente una interrogación crítica no menos importante, acaso más profunda, sobre el sujeto mismo de la enunciación, sobre quién es, a fin de cuentas, el que puede –o no– escribir.

No es otra cosa que desencanto lo que va a determinar la mirada de André (Murilo Caliari), un joven de 18 años que vive junto a su hermano enfermo en un barrio industrial de Ouro Preto, en Minas Gerais. A través de la ventana de su habitación, André va a observar lo único que tiene ante sí, esclavizado por la perspectiva inequívoca que define su experiencia: una inmensa fábrica de aluminio ocupa el centro del espacio que habita. La fábrica organiza simbólica y materialmente el devenir de la comunidad. Su omnipresencia va a desvelar al joven porque puede intuir que allí se encuentra el origen de su malestar.

La miseria es manifiesta. No hay dinero. Ni para comida ni para medicamentos. Un estado de cosas que hace más fácil imaginar, como referirá su hermano, la existencia del demonio más que la de Dios. Una situación que se le presenta, a priori, sin posibilidad de cambio. Un día, sin embargo, una ambulancia se va a llevar inesperadamente a un operario de la fábrica. Y André encontrará en la casa de ese trabajador un cuaderno. Y en ese cuaderno, la narración de su vida.

El film de Dumans y Uchoa iniciará a partir de ese momento –como si lo anterior no fuera más que una introducción- el relato de esa historia escrita en un cuaderno. “Es difícil elegir un momento para contarlo. Hace tiempo que no veo un lápiz ni un cuaderno. Pero ustedes nos pidieron que contemos algo importante de nuestras vidas. Y me gustaría al menos intentarlo”, expresará la voz –en off– de Cristiano (Aristides de Sousa). La película se ocupará de narrar, casi como una road movie proletaria, su trayectoria vital, determinada por el desplazamiento permanente que moviliza al protagonista a buscar trabajo. El trabajo que sea. Su anecdotario incluirá no pocos problemas, una estadía en la cárcel, las primeras ocupaciones caracterizadas por la explotación y el desprecio de patrones, el descubrimiento del amor, los compañeros de ruta.

Hay en Arábia, como en pocas películas en el cine contemporáneo, escenas que logran consolidar, con sensibilidad y sencillez, momentos de una profunda significación acerca de la fraternidad entre pares. La lectura colectiva de una carta familiar o el placer que puede promover la simple melodía de una guitarra refrendan de inmediato el carácter de amistades si bien efímeras, inolvidables. La llegada de Cristiano a la fábrica y, fundamentalmente, la conquista de una práctica siempre inalcanzable para hombres de su clase, le procurará la oportunidad inédita de pensar –se– y comprender así su destino.

Una noticia: en Arábia no habrá lugar para el miserabilismo ni la solemnidad. Tampoco para el gesto cruel que tiene como único designio alcanzar la conmoción cándida del espectador. El pequeño gran film de Dumans y Uchoa desestimará por completo la tentación del estereotipo y la idealización romántica de la pobreza. Su puesta en escena es ajustada, firme en su convicción –desde luego cinematográfica, por supuesto política– de aproximarse con prudente distancia a la realidad de los que nunca escriben. Es, a su discreta manera, un film épico. Una película tan importante y potente sobre nuestro tiempo que conviene no perder de vista, a pesar de la escasa, escasísima, cantidad de salas concedidas para su exhibición.