Aquaman

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

HIZO FALTA TANTA AGUA…

A esta altura del mundo súper-heroico, las películas de DC exigen ser comparadas entre ellas para que la vara no esté tan alta. Ya ni importa por dónde anda la gente de Marvel, lo que interesa es ver de qué manera pueden enderezar un universo que nació torcido -o que se fue torciendo si pensamos que El Hombre de Acero no estaba mal-. En ese sentido, Aquaman es una película que se disfruta ligeramente, sobre todo porque cuenta lo suyo de manera clásica y sin caer en los esteticismos vacuos que Zack Snyder quiso imprimirle a la franquicia. Es decir, la película de James Wan es una que apela a los recursos habituales, al camino del héroe más o menos visto cientos de veces, pero que por eso mismo se vuelve aceptable. Una película singular, sin demasiado contexto, que se sostiene a sí misma, como puede y por su propia cuenta.

De una manera algo atropellada, Aquaman cuenta cómo es que la reina Atlanna y el cuidador del faro Tom Curry se conocen, tienen un hijo mestizo (mitad terrícola, mitad ciudadano de Atlanta), ella es capturada y el pequeño Arthur va descubriendo sus poderes hasta que se convierte en un hombre tironeado por su deber: seguir en la tierra de manera más o menos ignota o convertirse en el rey que su pueblo subacuático reclama. En el medio hay conflictos shakespereanos (si se permite el simplismo), con un hermanastro déspota que quiere el poder a fuego y sangre, y que además quiere terminar con los terrícolas porque, discurso ecologista por medio, vienen contaminando las aguas con sus desechos. Digamos que el hilo dramático es bastante básico y que la película no se mueve ni un centímetro de un camino previsible. ¿Qué la hace mínimamente aceptable? Hay dos elementos indispensables para el disfrute: Wan es un director que sabe trabajar la acción en dos vertientes, por un lado lo físico y por el otro lado lo imaginativo. Lo primero se puede ver en una larga secuencia en un submarino, donde Aquaman hace su aparición y derrota a una banda de piratas a pura piña salvaje (o todo lo salvaje que permite el mainstream). Lo segundo brilla en una larga secuencia en Sicilia, con huidas por los techos a lo Jason Bourne y planos secuencias que llevan la acción de un espacio al otro, eludiendo la obligación del montaje paralelo.

Pero decíamos que hay dos elementos. El otro es el aspecto visual, que explota en la segunda parte del relato, cuando los personajes dirimen sus diferencias bajo el agua. Con un uso del color deudor de la Avatar de James Cameron y una imaginativa creación de criaturas marinas, las grandes batallas lucen espectaculares y portadoras de épica, más pictórica que aventurera, es cierto. Entonces Aquaman es una película que se impone en sus mejores pasajes por una conciencia del movimiento y la grandilocuencia, un poco como en los orígenes de este tipo de cine avasallante y prepotente, y antes de que se imponga la apología de lo íntimo, del conflicto psicológico. El Aquaman de Jason Momoa es precisamente eso, una deidad imponente, mastodóntica, preparada para la batalla y para el impacto físico, pero también con la verba del comentario humorístico bastante afilada.

Dentro del universo DC, Aquaman funciona en el nivel de Wonder Woman: una película que se impone a partir de sus propias reglas, que deja de lado un poco el carácter episódico y circunstancial de historias que se pegan unas con otras, y que se edifica sobre la presencia de un héroe carismático. A diferencia de aquella, tiene detrás de cámaras un director capacitado para las escenas de acción aunque más débil desde lo dramático, eso está claro. Pero, sin dudas, son películas limitadas que logran sobrevivir gracias al horror de propuestas previas que nunca lograron encontrar el tono. En ese sentido es un éxito mínimamente discreto.