Aquaman

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Wow…

Wow!

Re Wow!

En mi vida nunca vi nada parecido a lo que logra James Wan con Aquaman. No hay otra película de superhéroes que se le acerque los talones en cuanto a despliegue masivo, y eso que está todo el Universo Cinemático Marvel para poner en la balanza. Eso no significa que Aquaman sea el mejor filme del género porque no lo es, porque tiene su cuota de pifias menores pero, en cuanto espectáculo y delirio visual, no se asemeja a nada que hayas visto antes en tu vida. Al menos en su rubro, porque si hay alguna manera de definir a Aquaman sería Flash Gordon encuentra a El Señor de los Anillos.

Imaginen batallas masivas con miles de criaturas gigantescas, naves disparando rayos lasers, un monstruo submarino monumental, decenas de razas diferentes de atlantes luchando entre sí y, en el medio, Jason Momoa. Si el hawaiano buscaba el momento para el superestrellato, éste es el adecuado. El tipo no solo es enorme, carismático, simpático y un total badass, sino que tiene una presencia en pantalla que comanda la escena. En el clímax, en donde podía haber sido devorado por los efectos especiales, el tipo sale adelante y es fácil seguirlo y cinchar por él. Después de todo ha tomado al personaje mas insulso del mundo del comic – objeto de burlas durante decenas de años debido a lo limitado de sus poderes – y lo ha convertido en un Superman acuático que rebosa de actitud. Y lo que es mejor, el tipo disfruta con el rol, cosa que otros estreñidos del DCEU – léase Affleck & Cavill – jamás lo han hecho. Es un tipo con actitud Marvel (tiene mucho del caradurismo de Chris Pratt) en medio de una versión submarina de Star Wars. Y es esa actitud descontracturada lo que el universo cinemático DC está clamando a gritos desde hace rato.

Aquaman es un poco larga, sobre todo cuando los héroes deben hacer de improvisados Indiana Jones y deben revolver ruinas escondidas en el Sahara en busca del tridente del rey Atlan, fuente inagotable de poder y única manera de reclamar el reino sobre los siete mares, algo que el medio hermano de Aquaman – el rey Orm (Patrick Wilson) – está a punto de llevarse por delante ya que está forjando una alianza entre los 7 reinos submarinos – remanentes de la Atlántida original – para atacar al mundo de la superficie. Harto de que masacren ballenas, tiren bidones con desperdicios atómicos y vacíen la basura de las ciudades en el mar, Orm planea un genocidio y el único capaz de detenerlo es Arthur Curry, el hijo de una reina atlante (Nicole Kidman) y un farero (Temuera Morrison), que representa lo mejor de ambos mundos y tiene linaje real. A él acude Mera (Amber Heard, actriz horrible si las hay y que intenta ser una versión badass de Ariel, la Sirenita), hija de uno de los reyes de la alianza (Dolph Lundgreen, ensayando un comeback inesperado pero merecido), que no gusta de Orm ni quiere sentir el sabor de la sangre en su boca. La primera intentona de Arthur para parar a Orm sale mal; la segunda (y su única esperanza) es encontrar el dichoso tridente mágico de oro. Claro que está en el lugar mas inaccesible del planeta y custodiado por un bicho gigantesco que no duda en devorar a todos los infractores que osan intentar apoderarse del objeto en cuestión.

Visualmente, Aquaman es un orgasmo. Desde el traje hecho con medusas fluorescentes de Mera hasta el diseño de los reinos (al fin DC / Warner se pusieron las pilas y contrataron a la ILM para tener efectos especiales decentes), todo es de una riqueza visual que me hace acordar a los reinos de la Tierra Media, en especial el de los Elfos de la trilogía de Peter Jackson. Todo tiene un detalle glorioso y no parece terminar nunca, siendo una secuencia innovadora tras otra. A esto se suman las escenas de acción, las cuales impresionan. Sea Momoa y Heard combatiendo esbirros atlantes en un pueblito italiano al que terminan por demoler, la temible incursión a la fosa donde son perseguidos por miles de criaturas mutantes mientras portan una bengala para protegerse (porque los bichos no toleran la luz) o la batalla final en el reino de Salmuera, con el rey portando voz de enano (es John Rhys-Davies!), donde la masividad del combate es algo nunca visto en el cine (y eso que uno ha visto la Batalla del Abismo de Helm y las masivas refriegas espaciales de Star Wars), eso sin contar con el teaser donde Momoa solito saca a flote un submarino ruso y pelea a mano limpia contra un escuadrón de piratas, Aquaman es un espectáculo pochoclero con letras mayúsculas, y una fiesta para el aficionado al comic.

Desde ya, no todo funciona. Mientras que Momoa está super relajado con el rol, el resto aprieta los dientes para decir sus líneas. Patrick Wilson está ok, pero Willem Dafoe está duro como una estaca, la Kidman otro tanto aunque tiene su oportunidad para patear traseros con estilo, y la peor ofensora de los sentidos es Amber Heard. El por qué está aqui es un misterio, a no ser por su pelea publica con su ex marido Johnny Depp (y su fugaz noviazgo con Elon Musk), está chica no ha probado tener talento para nada salvo para aparecer en los titulares de los tabloides. Cuando en el final Mera se ve obligada a despacharse con un discurso heroico para reconocer los méritos de Aquaman, su entrega de las lineas es tan chata y lamentable qe arruina el momento.

Si el DCEU ha logrado tomar al superhéroe mas insípido de la historia y lo ha transformado en un adorable badass, aun hay esperanzas para los personajes de la DC. Sí, Mujer Maravilla es mucho mas solida y memorable, pero Aquaman entrega proezas superheroicas descomunales, humor y aventura al 200%, aún cuando haya lineas y escenas no muy pulidas que digamos. El culpable es James Wan, director supremo si los hay y que ha probado de sobra que hace maravillas con cualquier género que le toque. Y acá ha salvado al universo cinemático de la DC, probando de manera inexorable que cualquier cosa que crezca fuera del circulo de influencia de Zack Snyder es brillante, popular y exitoso.