Anna: El peligro tiene nombre

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El algodón asesino

Anna (2019), el último film del infatigable Luc Besson, acumula todas las características de una obra craneada por un cineasta veterano preso de sus marcas formales de siempre y sin que le importe un comino la opinión de la mayoría del público, por supuesto a excepción de esa legión de fanáticos que en mayor o menor medida le viven reclamando “una para la tribuna”, en esencia una que sepamos todos. Y eso es -de hecho- la presente película, una reincidencia estándar en un terreno que el señor patentó y recontra volvió a patentar en Europa de la mano de una generosa colección de obras que lo tuvieron como director, guionista y/ o productor: hablamos del mundo de los sicarios y su devenir oculto en el seno de la sociedad internacional. Lo anterior no tiene de por sí nada malo ya que hay muchos autores que encararon sus respectivas carreras copiándose a sí mismos, el problema surge porque aquí se nota -y mucho- el cansancio detrás del formato y la falta de ideas de fondo.

Vale aclarar desde el vamos que el film es una suerte de remake camuflada/ no explícita de Nikita: La Cara del Peligro (Nikita, 1990) y que para colmo incluye elementos varios de El Perfecto Asesino (Léon, 1994), sin duda la obra maestra de Besson, y hasta de otros personajes femeninos aguerridos de propuestas más o menos semejantes como El Quinto Elemento (The Fifth Element, 1997), Juana de Arco (Joan of Arc, 1999) y Lucy (2014), amén de ese costado humanista que el parisino casi siempre incorpora en sus heroínas en la tradición de Angel-A (2005) y La Fuerza del Amor (The Lady, 2011). En esta oportunidad la protagonista es una chica rusa que sufre abuso doméstico a manos de su esposo criminal, Anna Poliatova (Sasha Luss), quien en la década del 80 termina siendo reclutada por Alexander Tchenkov (Luke Evans) para transformarse en asesina al servicio de la KGB y puesta bajo la tutela de la severa Olga (Helen Mirren), la jerarca que le asigna las víctimas.

Lo que sigue a continuación es el traslado de la señorita a París y el inicio de una doble vida como modelo de alta costura que tapa la catarata de homicidios que comete en nombre de sus superiores, todo en función de una promesa de libertad luego de cinco años, el deseo más fuerte y arraigado de una Anna que siempre se sintió encerrada en los muros erigidos por terceros. El guión del propio Besson condimenta el asunto con la condición de doble agente de la muchacha cuando es captada por un personero de la CIA, Leonard Miller (Cillian Murphy), quien también la presiona para que trabaje para ellos. Como la mujer no tarda en enterarse que el capo de la KGB, Vassiliev (Eric Godon), no pretende prescindir de su mortífera destreza pasado el plazo en cuestión, Anna acepta el raudo pedido de Miller de matarlo a cambio de salirse del rubro de los decesos compulsivos políticos/ militares/ económicos, fundamentalmente para generar un recambio en la cúpula que permita de inmediato una mejor convivencia entre las dos agencias de inteligencia rivales de la Guerra Fría. Además del esperable triángulo amoroso que surge paulatinamente con Alexander y Leonard, la chica asimismo tiene una relación con su bella amigovia Maud (Lera Abova).

Como decíamos anteriormente, el mayor inconveniente de Anna es una recurrencia de esquemas y clichés que el cineasta ya ha utilizado en numerosas oportunidades y que aquí pretende disimular con el ardid de repetidos saltos en el tiempo que nos presentan una determinada situación del relato bajo nuevas perspectivas que lamentablemente tampoco son tan interesantes que digamos, a lo que se suma cierto abuso retórico de la argucia de los flashbacks y los flashforwards para pretendidas sorpresas que nunca lo son del todo. Luss, una modelo rusa en la vida real que debutó en la gran pantalla con Besson en su opus previo, la placentera Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas (Valerian and the City of a Thousand Planets, 2017), está bastante bien considerando su falta de experiencia pero es tan hermosa y tan pálida que nunca termina de calzar en un cien por ciento en su rol de sicaria, asemejándose involuntariamente a lo que sería un exquisito algodón asesino y en suma ubicándose bien lejos de la Anne Parillaud de Nikita: La Cara del Peligro, la Milla Jovovich de El Quinto Elemento y la Scarlett Johansson de Lucy. La película cae así en una medianía que la convierte en una experiencia por momentos tediosa y a veces simpática…