Animal

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Como en el inicio de la notable El último Elvis, un sostenido plano secuencia introduce el mundo doméstico y simbólico de Antonio Decoud, gerente de una empresa marplatense que ha erigido su bienestar a fuerza de trabajo constante y un responsable apego a las reglas que deben seguirse para obtener respetabilidad.

El recorrido por el interior de la casa, la entrada y salida en cuadro de todo el grupo familiar conforman también una seductora presentación. “Esto es cine”, vocifera el plano. La respetabilidad del personaje se duplica en la escena.

Ese comienzo es exigente, y resguardar el mérito estético del director y del personaje será un poco la amenaza por fuera y dentro de la película.

El personaje de Guillermo Francella, a los pocos minutos, tendrá que gestionar la desesperación y confrontar la humillación de un sistema médico general frente a la enfermedad que padece.
Antonio ha dejado de fumar y orgullosamente cuenta los días que han pasado de la batalla ganada. Pero el funcionamiento de los riñones desconoce la voluntad y la disciplina. La naturaleza y la genética son ciegos frente a los créditos del empeño. Un riñón inservible necesita diálisis y su eventual trasplante.

Antonio razona más o menos así: “He trabajado toda mi vida y tengo el dinero suficiente para comprar un órgano, ¿por qué no puedo hacerlo?” El sistema de donación y las contingencias de cada caso pueden derrotar la paciencia.

El filme le prodigará a Antonio dos oportunidades, una dentro de los límites de la ley, otra por fuera. Es así como Animal evoluciona conforme al impedimento y el riesgo que un hombre debe tomar cuando decide transgredir las leyes y conseguir lo que quiere. El animal aludido en el título es aquel que desoye el contrato social y prioriza su supervivencia a cualquier precio. En el filme de Bo pasará de todo.

El personaje arriesga su mundo, Bo también se arriesga como director. Nadie puede dudar de su ambición formal, y la tesis que evoca el relato dista de ser insignificante.

Una de estas consiste en una discusión decisiva entre el personaje de Francella y el de Carla Paterson, quien interpreta a la abnegada esposa. Es la mejor escena del filme, porque la madurez de los parlamentos está en consonancia con las interpretaciones y las decisiones formales que la escenifican. Esa meritoria conjunción es escasa en el filme: en ocasiones el guion está sobreescrito, en otras los actores están fuera de registro, a veces las decisiones de puesta se desbocan y culminan en una ampulosidad vacía.

El gran desafío de Bo pasa por su manifiesto deseo de hacer cine en grande; él es indudablemente un animal de cine. Hay suficiente evidencia en este filme de su idoneidad y también de los problemas a los que se expone debido a los materiales elegidos. La relación entre costo y beneficio que define la historia del personaje no es muy diferente a la posición del cineasta.