Anida y el circo flotante

Crítica de Luly Calbosa - A Sala Llena

La magia existe

En pleno siglo XXI, donde prima la tecnología como instrumento de interacción y creación de vínculos humanos resulta crucial la llegada del presente largometraje de animación Anida y el Circo Flotante (2017), dirigido por Liliana Romero en codirección con Norman Ruiz, para que las nuevas generaciones sepan que hubo un pasado previo a la telefonía inalámbrica. Esta génesis tiene por objetivo el renacer de un formato de cuentos infantiles clásicos cuya premisa se basa en la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Desde este leitmotiv, la autora logra desconectar al público durante 76 minutos de la techné y conectarlo en el espacio-tiempo de la sala, traspolándolo a una historia de amor donde la magia cobra vida y emerge un pasado que pide a gritos ser resuelto. La trama, lejos de ser una historia liviana, atraviesa un arco de conflictos ideológicos y existenciales, tales como la búsqueda de la identidad, la memoria, la justicia y la libertad, enmarcada en el encierro de los escenarios circenses de los años 20. Gracias a Romero, este tema universal hoy también es propio de nuestro cine.

Bajo este espíritu de panóptico y aventura, el circo flotante es el gran elemento simbólico del largometraje. Su propuesta estética es el melodrama y el guión estilísticamente presenta conceptos propios de la corriente marxista: capitalismo, base, estructura y superestructura en territorios aislados, flotantes; en este marco, sus personajes deberán rearmar el rompecabezas y acomodar las piezas del colorido collage interpretativo para alinear culturas y modos de accionar. Así, Romero va por más: en lugar de imponer un legado chamánico a la madre naturaleza, ella misma delinea, a través de coloridos ríos y mares de antaño -violetas y en constante movimiento-, cómo una joven artista, Anida, que trabaja en el circo gracias a su don de predecir el futuro en las cartas y las líneas de las manos de las personas, es prisionera de la dueña del circo, Madame Justine, que la condenó a cargar con el terrible hechizo de no poder ver ni recordar su propio pasado. Así, Anida acompañada por su único amigo, un sapo llamado Vicente, deberá enfrentar sus miedos para alcanzar su sueño de libertad.

Es un hecho: cambian los tiempos, y con ellos, los formatos literarios. Sin embargo, las preguntas que formula Romero en la piel de Anida (“¿Qué habrá en tierra firme? ¿Qué nos espera, allá, del otro lado?”), remiten por momentos al film Monsieur Chocolat (Chocolat, 2016), de Roschdy Zem, quien también desde el cine transmitía su ideología política en detrimento a los avances socioculturales y encontraba en el elemento del circo la manera de replicar y reducir a ese universo del entretenimiento no sólo un sinfín de esfuerzos (el montaje, el traslados en carretas, los trenes, el staff, los animales) sino también cómo los artistas padecen un híbrido entre magia y ensueño, risas y lágrimas, como es el caso del legendario Charles Chaplin. En efecto, estos dos films se unifican en el detrás de escena dramático y la desesperada búsqueda de hacer reír al público; agradar al otro que está ahí presente viéndolos actuar en un territorio anacrónico, donde la presencia del registro vocal y musical son su refugio. A las claras, se ve cómo todos estos personajes comparten -al menos, un musical- donde bailan al son de sus ritmos de danzas originarias. Por supuesto Anida se luce cuando representa a la Argentina mediante el tango y bolero, a cargo de Scatmusic.

Párrafo aparte para la artística y diseño de personajes que, por excelencia, se lucen mediante la estética. Indudablemente, la puesta conlleva matices propios de la formación de Romero como licenciada en Artes Plásticas por la Universidad de La Plata y Directora Artística de Toma Virtual ya vistos en su filmografía: El Color de los Sentidos (2005) y luego Cuentos de la Selva (2009). Sin embargo, Anida encuentra vuela propio la técnica de animación 2D Cut Out (pintar fondos y trajes a mano con técnicas de acuarelas y acrílicos para luego aplicar las texturas a la animación digital). Hay huellas de Miró, del arte de tapa del emblemático Sargent. Pepper de los Beatles -cuyo cover del cut out deviene de la efigie de Shirley Temple-, y también elipsis que en un abrir y cerrar de ojos, literalmente, sumergen al mundo psicodélico sostenido a partir de diálogos como entretejido de una trama eficaz.

Anida y el Circo Flotante es una esperanza para el futuro de las animaciones digitales. Este juego artístico y onírico propone amarrar desde lo lúdico el pasado de recorte por sustitución a un futuro que implica riesgo, aventura, y donde el cine es la herramienta capaz de reflejar el alma de un pueblo y proyectar un despertar colectivo, transformando a su público en animado, en detrimento al zombie inmerso en una repetición plano-secuencia vista hasta el hartazgo. Al unísono, invita e inquieta a conocer nuestro origen y aprender a soltar sin perder la capacidad de convertirnos, por unos minutos, en hechiceros; soñadores y protagonistas de un mundo mejor utilizando la tecnología como estrategia aliada.