Amigos de armas

Crítica de Leonardo González - Río Negro

“Amigos de Armas”: los muchachos de la guerra

Con 23 años la vida de David Packouz consistía en dar masajes terapéuticos –para lo cual se había preparado y estudiado– para ganarse la vida. Corría el año 2005 y el muchacho no le veía mucho sentido a lo que estaba haciendo, ni tampoco vislumbraba un futuro promisorio.

Pero ese mismo año su amigo de la infancia, Efraim Diveroli, lo invitó a que se asociara a su compañía AEY Inc., que se dedicaba a la venta de armas y que tenía un solo empleado: él mismo.

Efraim tenía 19 años de edad y había encontrado la forma de hacer mucho dinero: escanear por Internet una iniciativa del gobierno poco conocida que permitía que pequeñas empresas oferten por contratos militares y aplicar para los pedidos. Lo único que tenían que hacer era estar horas y horas frente a una computadora, elegir el negocio, que los eligieran y así llamar a algún traficante de armas extranjero para suplir el pedido.

Para el final del año 2006 habían ganado 149 de estos contratos por un valor de 10.5 millones de dólares. El “problema” surgió en 2007 cuando se aseguraron uno gigantesco por 300 millones para suplirle al ejército afgano una cantidad infernal de municiones. Y no vamos a seguir porque estaríamos spoileando la película si no saben lo que ocurrió.

Lo cierto es que la historia de estos dos amigos, un poco más que adolescentes, salió publicada en un artículo de la revista Rolling Stone titulado “Arms and the Dudes”, de Guy Lawson (que después el mismo periodista amplió con un libro). Esta historia, tan atractiva como increíble, no tenía mucha más opción que ser contada en la pantalla grande. Y así nos llega Amigos de Armas (War Dogs, 2016).

El director Todd Phillips, el mismo de la trilogía de “¿Qué Pasó Ayer?”, no sólo se encargó de la realización de este film que sino también de adaptarla. Phillips no había hecho hasta el momento otra cosa que no fuera comedia, y sale bastante airoso con su nueva incursión en otro género.

Se valió también de un recurso que, aunque bastante utilizado, siempre es efectivo si está bien hecho: que es que la historia sea contada por el protagonista y que mezcle situaciones “cómicas” con el drama, como pasó por ejemplo en “Buenos Muchachos” (Goodfellas, 1990), “El Lobo de Wall Street” (The Wolf of Wall Street, 2013) o incluso “El Señor de la Guerra” (Lord of War, 2005), a la que este largometraje hace recordar tanto.

Obviamente que lo que se cuenta es súper atractivo, que si no fuera porque en realidad pasó en la vida real uno podría decir que los guionistas fantasearon demasiado con la historia. La realidad siempre supera a la ficción, ¿no?

El elenco está muy bien elegido, con un Milles Teller (David Packouz) que cada sube un escalón más consolidando su carrera y un Jonah Hill (Efraim Diveroli) que está llamado a ser uno de los mejores actores de su generación. El día que le llegue el rol correcto nos va a regalar una actuación inolvidable.

Bradley Cooper, que también es productor de la película, tiene un pequeño papel como un traficante de armas bastante pesado que “ayuda” a los muchachos a llevar a cabo su negocio. Para que tengan en cuenta, el verdadero Packouz aparece al principio en una escena haciendo de un cantante en un asilo de ancianos. Por su parte, Diveroli no quiso recibir a Jonah Hill ni saber nada con el largometraje.

Fresca, dinámica, divertida (a pesar de lo serio que es el tema que trata), este largometraje es la sorpresa de los estrenos de este semana. A las armas las cargará el Diablo, pero estos muchachos son los encargados de venderlas.