Amapola

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Una melosa historia de amor con envase deslumbrante

“Amapola” es una película anómala en el cine nacional: es la ópera prima del experimentado y eximio escenógrafo Eugenio Zanetti, nacido en Córdoba pero que desarrolló su trayectoria artística fuera del país, ganando el Oscar en 1995 por su aporte al diseño de producción del film “Restauración”. Entonces, se da la infrecuente paradoja de un cineasta novato, que ya arribó desde otro rubro a lo más alto del oficio interdisciplinario del cine. Esto explica la coexistencia de errores y virtuosismos que son la marca constante de la película. “Amapola” es barroca por donde se la mire, sobrecargada hasta el exceso. También es rotundamente posmoderna en su mezcla a todos los niveles, entre el mundo de Shakespeare y sus registros televisivos de la historia argentina.

El film está narrado desde el punto de vista de una niña que es testigo de los cambios que se producen desde 1952 a 1982 en el Gran Hotel Amapola, ubicado a orillas del Paraná. Ella pertenece a una nutrida y bohemia familia de artistas que durante años han representado “Sueño de una noche de verano”, la comedia satírica de William Shakespeare, en donde el mundo mágico de las hadas y el mundo de los humanos se entrelazan en absurdas dificultades siempre gobernadas por el capricho del amor. Esas vicisitudes amorosas de la obra dentro de la obra, repercuten e interactúan a su vez con los personajes más allá de la representación interna.

Entre la ostentación y la superficialidad

En un cine viciado de efectos especiales, juega a favor de “Amapola” su eximia construcción artesanal (en todo lo referente a la puesta en escena); del lado contrario, tiene el contrapeso de un guión tan ambicioso que se vuelve efectista y afectado. En “Amapola”, todo es una brillante postal: el paisaje, el decorado, la arquitectura y el fastuoso vestuario de los actores. Rodada en el hotel Saint Souci (actual Museo de Arte de Tigre) que bordea el río Paraná.

Deslumbrante en lo visual, la película falla en su fluidez narrativa y solidez actoral. El film tiene saltos temporales, reconstrucción de época, despliegue de vestuario, peinados vintage, coreografias de danza y teatro pero también una serie de situaciones ridículas, bañadas de un romanticismo deformado. El ingenuo guión vacila tanto como la protagonista que va y viene en el tiempo al poseer una percepción extrasensorial del futuro. Como los años por venir son negros a nivel individual y social, ella buscará cambiar el destino. Así, lo que se rompe puede reconstruirse y mejorarse. Este derroche de optimismo y algunas pequeñas dosis de humor sólo aciertan cuando dan voz a los actores secundarios que intentan explicar a su modo la obra que representan y logran algunas sonrisas.

Las marcas temporales del argumento referidas a hechos históricos del país (la muerte de Eva Perón, el golpe militar que derroca a Illia y la guerra de Malvinas) son más que nada un dato anecdótico para enmarcar y dinamizar el relato. El film luce bastante caótico con diálogos que se cruzan del inglés al castellano y con un abuso de la empalagosa banda de sonido de Emilio Kauderer saturada de violines que cubren los silencios en el característico miedo al vacío que caracteriza a una visión barroca del mundo. Finalmente, la multitud de personajes que desfilan por la pantalla no tienen desarrollo, carnadura ni profundidad, con desniveles interpretativos y un mar de sobreactuaciones.

Queda, por lo tanto, admirar el aporte de la preciosa fotografía del suizo Ueli Steiger y el exquisito trabajo de dirección de arte, supervisado por el propio Zanetti. Un gran despliegue de producción que enriquece la forma, pero que no alcanza a justificar el contenido.