Amapola

Crítica de Florencia Wajsman - Cinemarama

Mucho se ha dicho durante las últimas semanas sobre Amapola, la ópera prima de Eugenio Zanetti que tiene todo a su favor para ser considerada como la epifanía de cualquier crítico mediocre. Sin embargo, alegando sin mucho ingenio que un director de arte, cuando juega a hacer una película naturalmente focaliza en la imagen, como si se tratara de un mandato o, peor aún, como si esto fuera necesariamente negativo, se profundizó poco en las falencias sustanciales que la película presenta. Por otro lado, si bien son bastante perceptibles, las fallas de Amapola trascienden el recalcado cambio de rol del director.

Comenzando por un elenco plagado de celebridades que deambulan por el film sin otro propósito más que el de figurar, los personajes no son presentados con la profundidad a la que parecen aspirar, y uno termina buscando caras conocidas como si fuera un libro de ¿Donde está Wally? En este sentido, el lenguaje también representa un problema. La protagonista, Ama (Camilla Belle), maneja un pésimo e irritante español que cede momentáneamente cuando habla en francés o inglés con Luke (François Arnaud) o Meme (Geraldine Chaplin). Pero este despliegue de lenguas no hace más que reforzar la confusión en una trama construida a partir del continuo desplazamiento por distintos géneros y la yuxtaposición de posibles tramas que se esbozan sin llegar nunca a ser realmente explotados. Atravesando tres décadas, se presentan hechos relevantes de la historia argentina como la muerte da de Eva Perón, el golpe militar del 66 y la guerra de Malvinas. Sin embargo, cada anclaje temporal radicalmente sesgado no aporta nada y queda relegado a una mera referencia. Por momentos el relato se torna oscuro insinuando un misterio que exige una resolución a la que no solo nunca se arriba sino que incluso llega a quedar súbitamente olvidada. De repente todo se torna un cuento de hadas en el que la bellísima Camille Belle, que parecía una pitonisa con poderes mágicos jugando a ser detective, se transforma en una suerte de diosa mitológica correteando por praderas. Pero los excesos no terminan ahí, porque de manera abrupta, pasando por unos coloridos deslices por la comedia musical, el film deviene en una tradicional historia rosa de amor, y es entonces donde se torna insensato.

Aún así, es cierto que la permanente ruptura de sentido que deriva en un completo vacío argumental queda en ocasiones subordinada a la belleza que las imágenes muestran. Por más aires de grandilocuencia que emane, la sobrecargada puesta en escena no tiene nada que envidiarle a una mega producción hollywoodense. Desde la representación de Sueño de una noche de verano, la elección musical, hasta la sutil reproducción de varios cuadros renacentistas, abundan las citas a la historia del arte, mientras que la construcción de los espacios es planteada como un juego entro lo onírico y lo real, tanto en los exteriores de una isla a la que jamás se le asigna un nombre como en el interior del despampanante hotel en el que se sitúa la historia.

Es que Amapola es una fiesta dionisiaca llevada a la pantalla: cada uno de los elementos que la componen aporta confusión, pero no se trata de un error de cálculo si no de un gesto intencional de su director. Las tomas circulares, los cortes bruscos y cambios de dirección reafirman permanentemente que el film está fundado en la desmesura y el desborde. Es por eso que, si se intenta culpar de algo a Zanetti en su nuevo rol como director, debe ser justamente de evidenciar todos los recursos y el talento con el que cuenta en una narración que no está a la altura de sus intenciones.