Amantes por un día

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

El padre, la hija y la amante

En su largo número 26, Amantes por un día (L’Amant d’un jour,2017), Philippe Garrel, vuelve a trabajar cuestiones estéticas que lo definen como la atemporalidad, el blanco y negro, y la narración a través de la voz en off. Una sutil y delicada aproximación a los laberintos del amor.

Gilles (Eric Caravaca), es profesor de filosofía, y esta es evidentemente una de las ironías de la trama, puesto que no por ello es menos hombre (“la filosofía no está divorciada de la vida”), y la cinta comienza con una sesión de sexo en los baños de la universidad entre él y Ariane (Louise Chevillotte), una de sus alumnas, con quien mantiene un romance secreto desde hace varios meses. Pero este amante también es un padre, y una noche su hija Jeanne (Esther Garrel) aparece en su casa, llorando, con una valija, tras ser abandonada por su novio.

Jeanne, sin tener donde ir, cae en casa de padre e irrumpe en la vida de los dos amantes, Jeanne inunda la casa con su profundo y obsesivo sufrimiento. Ariane, que al principio trata de consolarla y escuchar sus penas, va experimentando cada vez más celos por el afecto paternal de Gilles por su hija, y comparte además grandes secretos con Jeanne, que empieza a entretejer —conscientes o inconscientes— para seguir siendo el centro de atención. Porque si ambas comparten aparantemente la cercanía y complicidad de estar en un momento de la vida en el que el deseo las domina, las dos jóvenes protagonizan en realidad una guerra subterránea, pues el enemigo sigue siendo “el enemigo, aunque uno sepa que está ocupando indebidamente su territorio”.

Garrel abre un abánico narrativo sobre tópicos de la vida amorosa —la libertad, la diferencia de edad, las relaciones físicas, la intelectualidad, etc.— sin emitir juicio en ningún momento, limitándose a erigirse en espejo de las sutiles inflexiones de la vida y del ciclo sempiterno del deseo y el amor. Y esta novelación de la vida es envuelta por el cineasta en una forma visual que demuestra un dominio y una depuración excepcionales. Un estilo que hace de Amantes por un día una obra que va completamente contra la corriente predominante de un cine moderno lleno de efectismos y espejitos de colores.