Amantes por un día

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

El amor es desordenado y sorpresivo. Y el cine del francés Philippe Garrel siempre lo reitera. En este nuevo film (siempre en blanco y negro) se mete otra vez en las aguas cambiantes de un par de relaciones que no hacen otra cosa que jugar con las idas y vueltas de un sentimiento que da volantazos permanentemente. Hay tres protagonistas: una pareja - profesor que convive con una de sus alumnas- y su hija, que llega desesperada porque rompió con su primer novio. La chica tiene la edad del amante de su padre. Y entre ellas, después del recelo inicial, se establecerá un vínculo que tiene algo de complicidad.
Cada una guardará un secreto de la otra. Como en otros films de Garrel, el amor, siempre inmanejable, invertirá los roles: el profesor amado será el amante engañado; la desconsolada será consoladora, y la más frágil será la más segura.

El amor es un viento que agita a todos, sin permiso. Y cada uno lo busca como puede. Se intercambia, se reacomoda y se refleja. Al comienzo hay una escena de sexo contra una pared. Después se repetirá, con otro intérprete masculino. Y será la intimidad la que definirá acciones y personajes: la casa, la mesa, las camas, las ventanas. No hay exteriores. Y, como pasa en las películas de Hong Sang-soo (El día después), lo que importan son las dudas, los celos, los arrepentimientos, los engaños y esa inseguridad que siempre acecha a los enamorados. Nada más.

Film minimalista, que más allá de su clima naturalista y de su aire improvisado, peca de una sencillez narrativa que le quita espesor. Lo que está, está bien, pero suena a poco. Su cine no hace ningún esfuerzo por sumarle más profundidad a este desfile de gente sacudida por amores que no entiende, pero que sufre y disfruta. Son criaturas que están, esencialmente, enamoradas del amor. Por eso son amantes por un día. “Lloro –dice la hija- porque me siento engañada, pero no por él, sino por el amor”.