Aliados

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Se les fue la mano
Historia de amor, de guerra y de espionaje con Brad Pitt y Marion Cotillard abunda en situaciones inverosímiles

Hay veces en las que en Hollywood se les va la mano. Como que pierden el sentido de la realidad, y se creen aquello de que son la Meca de la fantasía.

Le ha sucedido a Robert Zemeckis, un director que supo conjugar situaciones fabulosas, increíbles o absurdas. Pero Aliados no es Volver al futuro, donde todo era posible en función de la diversión, y el espectador transaba con cada inverosimilitud que le planteaba la historia.

Porque Aliados es, por momentos, un disparate. Un oficial canadiense (Brad Pitt) llega a Casablanca con la orden de asesinar al embajador alemán, en plena Segunda Guerra Mundial. La francesa de la Resistencia que se hará pasar por su esposa (Marion Cotillard) es valiente, segura de sí misma, y linda. Ambos saben que no deben enamorarse, pero lo hacen.

Ambos saben que pueden morir en el atentado, pero lograrán su objetivo: ellos dos, solitos, sin tener un rasguño escaparán de la recepción, llena de nazis armados hasta los dientes.

El amor triunfa, y finalmente se casan y viven en Inglaterra. Tienen una hijita. Hasta que un día la pareja se pone a prueba. No por cuestiones internas –ni una sola discusión tienen-, sino porque los mandos británicos desconfían de Marianne. Creen que se hace pasar por otra persona, y que es una espía alemana, así que le ponen una trampa (le dan un falso mensaje ultrasecreto a Max, que no es el Superagente 86, y si descubren que ella lo pasó a los nazis…). Si ella es espía, él debe asesinarla. Si no lo hace, los ahorcan a los dos.

Y si usted es seguidor de Pitt, inmediatamente lo que contamos le recordará a Sr. y Sra. Smith. Claro que aquello era una comedia romántica de aventuras, y Aliados se presenta como un drama romántico. Pero poco a poco las cosas que no tienen ni pies ni cabeza siguen aumentando. El parto de Marianne en plena calle, de noche y bajo un bombardeo, con las enfermeras aplaudiendo es sólo un ejemplo. El desenlace es otro.

El rictus de Pitt, que parece que algo se hubiera hecho en el rostro porque no tiene una sola arruga ni en las escasas oportunidades que Max tiene de sonreír, esa circunspección contrasta con la falta de seriedad de un guión tosco -y eso que es de Steven Knight, el de Promesas del Este, con muchos personajes anecdóticos y sin carnadura en los principales.