Algo Fayó

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

¿Por dónde anda Pablo Fayó? Más vale acercarse a la película que le contiene, para saber de él antes que otra vez se piante. En verdad, anda siempre cerca, está entre todos y no hay quien no lo aprecie. Lo que llama la atención es por qué, con el talento que es, la historieta no lo haya retenido como merece. Mientras sus compañeros de ruta trazan anécdotas y admiración -entre ellos, Diego Parés, Lucas Nine y Esteban Podetti‑, lo cierto es que Fayó no comparte mismo cartel en el medio y esto es algo, vale subrayar, por derecho propio.

Porque, ¿quién dijo que dibujar es cosa grata? Es un laburo de mil demonios, de espaldas torcidas y vista que se arruina. Lo dice el propio Fayó, mientras presenta la recopilación de una sus obras, rescatada del olvido por otros, nunca por él. Fayó, vale destacar, es parte de esa generación extraordinaria que transitó las páginas de historietas a partir de mediados de los '80. Dueño de un estilo propio, que actualiza los trazos de Elzie Segar (Popeye) y Herriman (Krazy Kat), Fayó dio luz a obras tal vez clásicas, como Shotaro va a la guerra, Pamela y el extraterrestre, Agapito. Las revistas Fierro, Cóctel, País Caníbal, entre otras, lo contuvieron mientras pudieron.

Pero Fayó fue esquivo y se disparó hacia otros lugares, no demasiado claros pero sí personales. Ahora canta tangos, y el film de Santiago García Isler da cuenta de todo esto mientras procura no quedar atrapado por el influjo magnético de su personaje. Es decir, todo el tiempo Fayó parece querer sabotear la entrevista o el plano en cuestión: se equivoca, pierde el hilo de lo que dice, se entrevera con otros detalles. Busca excusas, en suma, que le permitan salirse de lo previsible. Al hacerlo, Algo Fayó encuentra los matices mejores de la figura que retrata.

Entre los episodios que el film privilegia, está el de la visita al Dr. Chung, un acupunturista con el que el film pareciera involuntariamente construir uno de los segmentos de Peter Capusotto. Ese momento es de una tensión rara, casi cómica, pero sin embargo bien seria. Así de increíble es Fayó, en bicicleta, entre tangos, pizza y cerveza. Vos vas a comer, ¿no?, le dice al cámara.

De este modo, Santiago García Isler construye un fresco que es de cariño hacia Pablo Fayó, pero también de referencia en cuanto a una época que los entrevistados reconstruyen en breves flashbacks, en procura del motivo por el cual Fayó no quiso seguir dibujando. Es decir, Fayó logra -según dice Nine‑ que se hable de él aun cuando no esté haciendo nada. Otro momento magistral es el de la emoción de Parés al descubrir originales de Fayó, algo que al susodicho apenas si le mueve un pelo, es más, parece tal vez arrepentido de haber encontrado esas páginas.

¿Por qué? Quizás porque tenga ganas de irse a cantar tangos. O porque no quiere hacer lo que de él se espera. Puede que sea así, no está claro, tampoco tiene por qué encontrarse una respuesta. Tal vez el mejor misterio esté en la visita a la casa de la infancia, allí cuando Podetti toca el timbre con la intención de ingresar, mientras Fayó huye decidido. Toda una imagen.