Algo celosa

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Sobre la repulsiva felicidad ajena

El cine mainstream por regla general suele recurrir al viejo ardid del cambio radical e instantáneo de idiosincrasia mediante soluciones muy poco elaboradas como alguna pócima mágica, artilugios tecnológicos bastante ridículos, la influencia de terceros corruptores, alguna necesidad imperiosa o el inefable golpe en la cabeza sobre el personaje fundamental, un catálogo que en mayor o menor medida responde a elementos semi fantásticos y en muchas ocasiones tácitos. A decir verdad muy pocas películas se toman el tiempo de construir la metamorfosis en cuestión desde lo anímico escalonado y muchas menos nos ofrecen un camino inverso satisfactorio, léase el desandar el periplo para que no resulte ni forzada ni caprichosa la esperable restitución identitaria del remate, en especial si tenemos en cuenta el fetiche del séptimo arte de nuestros días para con los clichés y la sensiblería.

Precisamente, el film que nos ocupa, Algo Celosa (Jalouse, 2017), lejos de ser una joya del rubro o una anomalía semejante, sale bien parado en esta doble y difícil tarea porque por un lado edifica un andamiaje emocional/ psicológico creíble para que florezca el cambio en el intelecto de la compleja protagonista, Nathalie Pécheux (Karin Viard), y por otro lado se explaya con detenimiento -quizás con demasiado detenimiento- acerca del largo proceso orientado a descubrir que el sustrato autodestructivo de su flamante comportamiento en algún momento le pasará la factura. Ya el título sintetiza por dónde va el asunto, en esencia centrado en una Nathalie que sucumbe de modo progresivo ante un odio irrefrenable y por ráfagas hacia todos los miembros de su entorno cercano porque no puede soportar lo que ella percibe como una repulsiva exhibición de felicidad ajena que destila mucha soberbia.

Así las cosas, la cincuentona termina enajenándose a todos a su alrededor a través de una serie de indirectas, actitudes, insultos y movidas destinadas a sabotear desde los celos y una hilarante malicia las vidas de sus supuestos “seres queridos” y allegados: a su ex marido Jean-Pierre (Thibault de Montalembert) y su pareja Isabelle (Marie-Julie Baup) les cancela unas vacaciones en Las Maldivas, a su hija bailarina de ballet Mathilde (Dara Tombroff) casi la asesina dándole de comer un plato con aceite de nuez, fruto al que es alérgica, para que no pueda asistir a una audición muy importante para la chica, a su mejor amiga Sophie (Anne Dorval) le dice que su hija Emma (Eva Lallier) es fea y que su esposo Thierry (Xavier de Guillebon) la está engañando, a una colega profesora más joven, Mélanie (Anaïs Demoustier), la basurea a más no poder, y finalmente a un hombre muy interesado en ella, Sébastien (Bruno Todeschini), lo echa de su hogar acusándolo de baboso con su hija por haberla saludado cuando en medio de una cena romántica la muchacha pasa a buscar agua.

El opus, escrito y dirigido por David Foenkinos y Stéphane Foenkinos, no aporta ni un gramo de originalidad al bastión de las comedias dramáticas de semblanzas varias ni a la infinidad de propuestas contextualizadas en una París siempre encantadora, sin embargo logra sacar partido de un verosímil sutilmente naturalista que exprime con brío y prudencia la excelente actuación de Karin Viard en el rol principal, una actriz que sostiene la película en su conjunto y le otorga una pátina de legitimidad que sería imposible de reproducir con otras colegas del ecosistema cinematográfico galo. El guión tampoco es malo pero -como decíamos anteriormente- alarga en exceso diversas micro situaciones vinculadas con un “renacimiento” de Nathalie que de todas formas está bien trabajado desde el cansancio de las agresiones y el encuentro con una anciana bastante más piadosa que ella, Monique (Thérèse Roussel), cuya presencia -y posterior ausencia- ayudan a que la protagonista revea su actitud beligerante y algo gratuita, ejemplo de esa envidia burguesa tan paradigmática…