Acusada

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Control parental

El segundo largometraje del realizador argentino Gustavo Tobal, coescrito junto a Ulises Porra, Acusada (2018), es un thriller alrededor de un juicio en contra de una joven de veintiún años acusada de matar a su mejor amiga. La trama se centra en la duda sobre la culpabilidad o inocencia de Dolores (Lali Espósito) respecto del crimen. Mientras que la madre de la joven asesinada ha convertido la acusación en una cruzada por justicia, los padres de Dolores han contratado a un abogado de alto perfil para que defienda a su hija, a la que controlan en todo momento. Algunos flashbacks y los testimonios de los testigos y la acusada van dando pistas sobre los acontecimientos de la noche del asesinato y sobre las distintas versiones, que parecen converger en el encono de la acusada contra la víctima por la difusión de un video íntimo.

La actuación de Espósito es correcta, sin destacarse demasiado, apoyándose en todo momento en un gran elenco compuesto por Leonardo Sbaraglia, Inés Estévez, Daniel Fanego, Gael García Bernal y Gerardo Romano. La mayoría de los primeros planos son caprichosos respecto del relato y la protagonista tampoco impone una presencia avasallante que los justifique. Espósito incluso parece incómoda con el género y con un guión demasiado forzado que lleva la historia hacia la confusión y la intrascendencia.

El film trabaja sin ahondar demasiado sobre la idiosincrasia de los jóvenes y su aparente falta de emociones, los choques entre la visión del mundo de padres e hijos, la imposibilidad de comunicación generacional, el miedo a perder a los hijos y la obsesión de control de los padres sobre la vida de los mismos, una extraña característica de la actualidad que pretende encerrar a las familias en una vida sin riesgos en una sociedad donde es imposible soslayar las desigualdades sin un cinismo patológico.

Pero el tema principal del opus es la libertad, construida a partir de una dialéctica con su contrario desde las diferencias entre la libertad de estar fuera de la cárcel, ser declarada inocente o de emanciparse de unos padres sobreprotectores. La libertad esta encarnada aquí en la figura de un puma que vaga libre como un fantasma por la zona, sólo divisado a lo lejos por algún vecino pero sin una corroboración en un intento de alegoría sin correlato narrativo.

Las buenas escenas, que suelen incluir el protagonismo de los personajes secundarios, no son la norma, incurriendo demasiado en cuestiones juveniles que no cuajan con la historia en un intento de llevar un típico film sobre la construcción de un caso de defensa judicial hacia los códigos y las prácticas adolescentes. Los virajes son de todos modos tímidos y se circunscriben a unas pocas escenas que no agregan demasiado al relato de las peripecias y los problemas de las familias de clase media alta de zona norte.

La historia falla también en la construcción de suspenso principalmente por la pasividad de Espósito y su falta de motivación para manipular o convencer a la defensa, sus padres, sus amigos e incluso al espectador. Pero el principal problema son los vaivenes de un guión que no parece saber para dónde ir y termina intentando abarcar demasiado en una historia que no lo demanda. A pesar de la buena fotografía de Fernando Lockett, responsable de La Vida de Alguien (2014), de Ezequiel Acuña, ni Tobal ni Espósito logran construir una propuesta interesante ni de género, ni tampoco crear la alegoría sobre la libertad que pretenden, cayendo en una narración anodina y desaprovechando actores y situaciones que demandaban otro carisma.