Actividad paranormal 3

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Definición de paranormal, según el diccionario de la Real Academia Española en su vigésimo primera edición: adj. “Dícese de los fenómenos y problemas que estudia la parapsicología “

Parapsicología (misma fuente): “Estudio de los fenómenos y comportamientos psicológicos de cuya naturaleza y efecto no ha dado hasta ahora cuenta la psicología científica. Entre ellos la telepatía, las premoniciones, la levitación etc.”

Esta introducción es para dar cuenta de algo entre novedoso y el intento de ser creativo en la confección de una crítica en relación al filme, ya que esta tercera entrega no tiene nada de novedad, por ende nada de creativo.

Distinto sería leer el titulo de esta producción de otra manera, “Para anormal”. Pero debería seguir introduciendo definiciones, y esa no es la labor.

La idea primigenia se había agotado en la primera película, que a causa de no tener como responsable alguien idóneo fracasaba en el intento; la segunda, en manos de un director conocido como Tod Williams, no incurría en los errores de la primera, pero el concepto ya no daba para más, entonces ¿qué nos reservaban para la tercera?

Si la segunda retrocedía en el tiempo y cambiaba de lugar, ahora, en la tercera, la apuesta es mayor. Nos encontramos, elipsis mediante, en 1988, en la casa paterna de las hermanas que, por supuesto, son pequeñas. La menor es la que registra al “mal” sobrenatural, intangible, no corporizado, al que le pone el nombre de Toby, mientras para los demás miembros de la familia no deja de ser un amigo imaginario de la pequeña. Este parecería, de hecho lo es, el causante de todas aquellas manifestaciones anormales que suceden en la casa, desde ruidos sin fuente material que los pueda producir, desplazamientos de objetos y, finalmente, manipulación de los cuerpos de los integrantes de la casa.

Entre ellos volvemos a encontrarnos con un adulto, un profesional “adicto” a registrar audiovisualmente todo con una cámara de video, a la que no suelta ni para ir al baño. Poniéndonos serios podría decirse que hasta es toda una falta de respeto al realizador y teórico Dziga Vertov.

Al igual que Vertov en su obra más conocida, el documental “El hombre con la cámara” (1929), este personaje, el hombre de la casa, mantiene en su mano funcionando ininterrumpidamente la cámara. Sólo mientras duerme esta, y otras cámaras más son montadas en sendos trípodes, utilizando en un caso incluso el motor de un ventilador en desuso por lo que no se detiene en su constante girar y girar con el propósito que la videofilmadora realice movimientos de paneos permanentemente. (Quiero ese motor para mí).

La diferencia es que el director polaco realiza un registro heterodoxo, y con pequeños detalles dio una imagen acabada de la vida cotidiana de la ciudad de San Petersburgo, en cambio los dos responsables de “Actividad paranormal 3” hacen que éste personaje no pare de registrar tal cual un Realty show televisivo, muy de moda a partir de la década del ´90, en función de la nada absoluta. No hay conflicto, no hay estructura, no hay nada, sólo la repetición de algunos clisés y el estrangulamiento de una idea.

Durante la mayor parte de la proyección el espectador, convengamos que sólo aquél fanático que vaya a verla, estará esperando que algo le produzca miedo, pero no pasa nada. Mire, apenas sobre el final, digamos los últimos 10 minutos, algo del género parece instalarse, cuando entrando en el terror cambia de fuente y empiezan a aparecer personajes que no se define si son “muertos vivo” o un gran aquelarre con una gran diversidad sexual.

El filme dura en tiempo concreto 84 minutos, pero la sensación “culinaria”, y no estoy haciendo referencia a uso del término en su acepción más coloquial referente a la cocina, o al arte de cocinar, sino a la utilización que se le da en la jerga de la crítica cinematográfica y/o teatral, nombrando casi metonimicamente la parte posterior del cuerpo humano, aquella que apoyamos al sentarnos.

Impresión de incomodidad que genera estar viendo una producción audiovisual en que los tiempos narrativos están plagados de agujeros sin sentido, minutos de nada, tiempos muertos que se le dice, sin el menor propósito, lo que genera la sensación que la duración del filme es de varias horas.