A war - La otra guerra

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

Interesante película danesa sobre la ocupación occidental en Afganistán cuyas buenas intenciones son políticamente estériles.

El género bélico no es un género entre otros. Sus reglas y convenciones tienen su genealogía en el campo de batalla, espacio terrible en el que se dirimen intereses cuyo costo directo es la vida de los hombres, algunos civiles, otros soldados. Los muertos jamás pueden ser traducidos al lenguaje de las matemáticas. Quien invoca la razón de los números no es otra cosa que un canalla. Este razonamiento es medular en A War: La otra guerra. Once muertos afganos, algunos talibanes, varios civiles y entre ellos niños, constituyen aquí un objeción ética (que debería ser más que un número) respecto de una política que jamás se enuncia ni se cuestiona.

Tobias Lindholm propone el siguiente escenario: una tropa patrulla una zona rural en la provincia de Helmand en Afganistán. El enemigo es ya un viejo conocido del género: los talibanes. La discreta novedad son los “buenos”. Los soldados son daneses, y en este sentido lucen menos estereotipados que sus colegas estadounidenses. En la figura del comandante Claus Pedersen (Pilou Asbæk), Lindholm esboza casi un oxímoron: un militar sensible. En efecto, su masculinidad y la de sus combatientes sugiere un grado menor de testosterona; el trato para con los afganos en general y el vínculo entre los propios miembros de la unidad se desmarca de la tipificada rudeza característica de la representación castrense.

La primera hora de la película es atípica. La cotidianidad en el frente tiene su contrapunto con los días solitarios de la mujer de Claus en Copenhague. Ella cuida a sus tres hijos, él a sus soldados. El montaje paralelo no solamente sirve para entender a Claus y su familia sino también para observar la inconmensurabilidad en todos los órdenes imaginables entre un país como Dinamarca y Afganistán. El significado de la niñez, por ejemplo, es crucial, y será determinante para el giro narrativo que tendrá la película. Sucede que en una presunta emboscada, Claus tomará una decisión militar cuestionable y habrá por ello muertos inocentes, entre ellos menores. El buen militar será juzgado en una corte marcial. ¿Es culpable o inocente?

Toda la segunda parte de A War: La otra guerra gira en torno a ese juicio, momento en el que la ambigüedad se apodera del relato y el punto de vista es menos inteligible. Es evidente que Lindholm no subscribe al cinismo cool de sus compadres del Dogma 95, incluso cuando hay una escena en el inicio en donde se mata a un talibán, donde sí despunta la vileza de los incrédulos. La ambivalencia es constante y no está claro si se trata de una virtud o una deficiencia: la ampulosa caracterización de la fiscal desmiente cualquier sutileza; el tormento interior de Claus frente a la verdad y las consecuencias de los hechos sugiere lo opuesto.

¿Cómo filmar una guerra? En buena medida, desatendiendo al trivial patriotismo y siempre intentando interrogar la política detrás del espanto. En este sentido, Lindholm es como su protagonista: padece su posición y desconoce la racionalidad política de sus actos.