A una legua

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Nos enfrentamos semana a semana a una cartelera en donde la producción nacional tiene una fuerte presencia, pero quizás por un tema netamente de costos y necesidades de producción, es frecuente encontrar que una importante cantidad de esos estrenos, son documentales. Inclusive, es siempre muy bienvenido dado que se lo piensa como uno de los géneros que experimenta mayores innovaciones y que trabaja sobre diferentes formas de abordaje.
Se percibe en general, un gran avance en la búsqueda de nuevos lenguajes y de diferentes posibilidades de expresión, de puesta en escena y de concreción de los diversos proyectos.
Dentro de esa multiplicidad de temas y de estilos, esta semana contamos con el estreno de la película de Andrea Krujoski, “A UNA LEGUA” basada principalmente en la obra de Camilo Carabajal, no sólo como miembro perteneciente a una familia ligada tradicionalmente a la música y más precisamente al folclore, sino como exploración de sus propias inquietudes, investigaciones y esa necesidad permanente de innovar en el terreno musical.
Junto a su compañera, la Licenciada en Gestión Ambiental Ingrid Shönenberg, Camilo tiene un fuerte proyecto entre manos: construir un “ecobombo”, que amalgama e integra temas de la música, del medio ambiente y de la ciencia, que se conecta fundamentalmente con las raíces folclóricas que se encuentran en nuestro país pero que al mismo tiempo dialoga con un trabajo estético y científico desarrollado en pleno Siglo XXI.
En el terreno de lo musical, el documental cuenta con la presencia de destacadas figuras como Mataco Lemos, la banda Metabombo, Egle Martin, Vitillo Ábalos y el propio Cuti Carabajal, que son quienes van ilustrando el recorrido que emprende Camilo a través de aquellos géneros musicales en los que se siente representado.
Por medio de las conversaciones que entabla con cada uno de ellos, podremos ver cómo estos músicos sostienen una estrecha relación con la música en sí misma, con el sentido que tiene en la cultura y en la historia social y personal y sobre todo hablarán de su vínculo con los instrumentos y muchos de ellos tendrán, justamente, anécdotas vinculadas con el bombo.
Por otro lado aparece el desarrollo de su proyecto ambientalista, que si bien se encuentra relacionado con la música, el guion no encuentra la forma de armonizar todas las partes, de forma tal que pueda generarse un cuerpo documental compacto.
La música aparece por un lado, la investigación dentro de los laboratorios para poder concentrar el ADN de la música dentro de una bacteria por otro y también se da un lugar para desarrollar el tema de la elaboración del “ecobombo” a partir de plantaciones de ceibos que respeten el sesgo ecologista del proyecto, basado fuertemente en el reciclado de materiales –mediante el uso de bidones de agua reacondicionados-.
Pero todo esto está narrado como si en cierto modo fuesen compartimentos estancos, fraccionados, separados, sin que desde el guion se logre un texto único que pueda amalgamar las diferentes ideas sobre las que trabaja la directora.
Si bien, por separado, cada uno de los temas que aborda son interesantes, la falta de una estructura contenedora y una cohesión argumental que pueda marcar más claramente el hilo conductor, hacen que sea un documental que intenta apuntar en varias direcciones, sin poder resumir y organizar los temas que propone de una manera orgánica para el espectador.
La idea de poder combinar la música, el cuidado del medio ambiente y las exploraciones en laboratorio relacionadas con la genética, es de por sí un muy buen material para trabajar: pero el problema no es precisamente que la idea carezca de atractivo sino que cinematográficamente muchas veces suele ser más importante la forma –el cómo se desarrolla y se expone esa idea frente al espectador-, que la potencia de la idea en sí misma.
En ese registro “A UNA LEGUA” no encuentra el tono preciso sobre el cual poder desarrollar su “tesis”.
Su propuesta luce algo desorganizada, por momentos caótica y muy aferrada a un tono más preocupado por explicar detalladamente que por mostrar, con un subrayado expositivo por sobre el peso de las imágenes.
Aún con sus puntos de interés y la vasta trayectoria personal y familiar de Camilo dentro del mundo de la música folclórica, “A UN LEGUA” se queda a mitad de camino, con la idea de que piezas sueltas pueden por si solas, armar una estructura documental que sea clara y precisa para el espectador. Y lamentablemente no lo cumple.