A la deriva

Crítica de Fernando Sandro - Alta Peli

Náufragos del amor

Ala deriva cuenta la historia de Tami Oldham (Shailene Woodley) y Richard Sharp (Sam Caflin), una pareja que sufre un accidente náutico con trágicas consecuencias.

Basada en la novela Cielo rojo en duelo: Una historia real sobre el amor, la pérdida y la supervivencia en el mar escrita por la propia Tami, relata la historia real de una pareja que se conoce en medio de sus deseos de vivir una aventura.

Quien lleva adelante la trama, por supuesto, es ella. Se nos presenta como un espíritu libre, que decidió como si nada viajar por el mundo sin tener ancla. Se encuentra en Tahití cuando conoce a Richard durante una cita grupal en la que inmediatamente logran química. Ambos comparten ese deseo por vivir experiencias nuevas y recorrer distintos lugares.

El flechazo es instantáneo, y comienzan a obrar en consecuencia realizando actividades que satisfacen su forma de ser aventurera. Entre ellas aceptar navegar un yate más de 6000 Kilómetros hasta San Diego. Todo es idílico hasta que se cruzan con un huracán que destruye el motor de la embarcación, quedando -como indica el título- flotando a la deriva.

Será el amor que ambos se tienen lo que los mantendrá vivos el mayor tiempo posible.

Piloto de tormenta

Baltasar Kormákur debe ser el realizador más famoso de Islandia. Básicamente los títulos más conocidos a nivel global de ese país, como Invierno Caliente, Un viaje al cielo o Lo profundo, fueron producidos y dirigidos por él.

Justamente este último, sobre un pescador sobreviviendo en el helado océano de Islandia fue el que le abrió las puertas para en 2015 colocarse detrás de cámara del tanque Everest.

Kormákur es algo así como un especialista en cine catástrofe, que a diferencia de gente como Roland Emmerich se fija más en la supervivencia de los personajes que en la espectacularidad de romper todo.

Everest funcionó correctamente haciéndonos sentir todo el dolor de los protagonistas, de forma coral y realista, con una puesta dura y rigurosa. Que sea él quien se ubique detrás de A la deriva nos hacía presuponer un resultado similar; después de todo, la historia real se lo dejaba servido.

El crucero del amor

Sin embargo, A la deriva falla principalmente en empatizar con los personajes. Como si estuviésemos en otra de las adaptaciones de las novelas de Nicholas Spark, A la deriva es ante todo un drama romántico.

Mediante flashbacks, o un largo preámbulo, veremos como Tami y Richard se conocen, cómo flirtean, crece el amor entre ambos, y la pasan idílicamente bien en ese yate hasta que el huracán se interpone en medio de los dos como el iceberg de Rose y Jack en Titanic.

Luego ambos quedan flotando, con pocos medios de vida, asolados por otros peligros, y ante la muy difusa posibilidad de llegar a algún pedazo de tierra firme. Quienes conozcan la historia, saben el final, y los que no, no tardarán en adivinarlo. Porque lo que sobra en A la deriva es obviedad. Todo lo esperable sucede, y tal cual tiene que suceder.

Woodley y Caflin lucen correctos, hay química entre ellos, pero el material que tienen en manos no los deja superarse.

A la deriva no es un mal film, es uno poco estimulante. Poco de lo que sucede resalta un real interés en el espectador. Los hechos de supervivencia son suavizados y mínimos, y el romance es de catálogo, pensado para adolescentes, plagado de lugares comunes e inverosímil desde la creación de los personajes (no importa si son reales, no tienen carnadura, no los conocemos más allá de lo que se ve). La suma de golpes bajos tampoco ayuda.

Baltasar Kormákur parecía tener todo en A la deriva para repetir con éxito la fórmula de Everest y Lo profundo.Privilegiar el drama romántico plano por sobre la acción que fuimos a ver, termina dando por resultado una experiencia del más puro aburrimiento.