3 Corazones

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Perdidos en la noche

“Tres corazones” es una propuesta que se encuadra dentro de lo que los críticos denominan “melodrama a la manera francesa”. El director, Benoît Jacquot, uno de los realizadores de esa nacionalidad que comenzaron su carrera a mediados de la década de los ‘70 del siglo pasado, si bien tiene una filmografía considerable, no es de los más renombrados.

En esta película, reúne en el elenco a tres actrices que pertenecen a lo que se podría llamar la gran familia del cine: Charlotte Gainsbourg, hija de los míticos Serge Gainsbourg y Jane Birkin; Chiara Mastroiani, hija del gran Marcello y de la insuperable Catherine Deneuve, quien completa la trilogía, para regocijo de los espectadores.

¿Son los tres corazones a los que alude el título? Quizás...

Madame Berger (La Deneuve) es la madre de Sylvie (Gainsbourg) y Sophie (Mastroianni), dos muchachas que andan cerca de los cuarenta años. Todas viven en un pueblo de provincia, en Francia, en la imponente casa familiar y atienden el negocio -también familiar- de antigüedades.

Tienen un buen pasar, pero hay un halo de insatisfacción en todas ellas que les da un toque de misterio y de melancolía.

El caso es que una noche Sylvie tropieza con un forastero que perdió el tren que debía llevarlo de regreso a París. Inician un diálogo ocasional y comienzan a flirtear como quien no quiere la cosa, aunque sin intercambiar nombres, direcciones ni teléfonos. Nada, ninguna información. Sin embargo, al parecer fijan una cita para otro día, pero por esas cosas del destino, el encuentro no se concreta. Cada uno sigue con su vida. Al tiempo, el mismo personaje masculino tropieza casualmente con Sophie y también surge entre ellos una fuerte atracción, pero en esta oportunidad, las cosas irán más lejos, mucho más lejos.

Y así es como nace un triángulo amoroso que no por retorcido sería una completa rareza en la vida.

Marc (el actor belga Benoît Poelvoorde) es un hombre que anda cerca de los 50 años. En apariencia, es un solitario un poco neurótico, ávido de cariño y de una estabilidad que a simple vista se puede apreciar que no puede lograr por sí mismo.

Sin saber que Sophie es la hermana de aquella mujer que vio una sola vez en la vida, se mete de lleno en la relación hasta formalizar y todo. Sylvie, que para entonces está viviendo en Estados Unidos con su pareja, como era de esperar, un buen día aparece de vuelta en la casa familiar y se da de narices con la situación.

Las cosas se ponen densas, el clima se enrarece cada vez más y la tensión explotará por la arista más débil del triángulo.

El relato solamente muestra a los personajes en situación, como si fueran presas de fuerzas oscuras, ciegas, que los llevan a hacer cosas de manera compulsiva. No hay reflexión de parte de ellos, es como si fueran puro impulso. En tanto que una música extremadamente grave de fondo va preparando el clima que anticipa un desenlace trágico.

Paralelamente, se desarrolla una subtrama en la que Marc se mete en otra situación potencialmente muy conflictiva, pero esta vez en su trabajo. Él es inspector de finanzas y se le ocurre investigar al alcalde del pueblo donde viven las chicas con su madre, ganándose así gratuitamente un enemigo. Tampoco se explica por qué Marc pone tanto celo en su tarea poniendo la mira en el político.

Y finalmente, incapaz de resolver el desbarajuste emocional en el que cayó y del que aparentemente no tiene ganas de salir, cual si fuera un kamikaze, fantasea con una huida hacia adelante que, como es de suponer, no lo llevará a ninguna parte.

La película de Jacquot presenta una situación poco creíble, no tanto por lo que sucede sino por cómo está tratada. Los personajes son demasiado planos, sin esa profundidad tan necesaria para hacerlos convincentes, sobre todo cuando se trata de conflictos y dramas psicológicos. Lo más fuerte del film, que es la categoría del elenco, no es suficiente recurso para rescatarlo de una superficialidad mediocre que roza la cursilería.