27: El club de los malditos

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Pop algo falto de frescura.

¿Qué debe tener una película pop para ser buena? Tiene que repetir clichés, dirá alguno, pensando en Andy Warhol y su serie de sopas Campbell, todas iguales. Tiene que ser sencillita y sin pretensiones, pero fresca, llena de energía, argumentará otro, recordando I Saw Her Standing There o algún otro tema de los primeros Beatles. Parecería que Nicanor Loreti, realizador de Diablo (2011) y Kryptonita (2011) y sus guionistas (¡entre ellos Alex Cox, el director de Repo Man!) eligen la primera opción, armando un policial con detective, heroína y villano de manual, haciendo de uno de los más longevos mitos del rock una conspiración medio descerebrada. Lo que aquí parece haberse pasado por alto es que Warhol no reproducía clichés propios de su propia forma expresiva (la pintura), sino que los importaba del terreno de lo real, y en ese gesto los enrarecía, los trasplantaba, los desnaturalizaba. Mientras que lo que sucede aquí es lo contrario, repitiéndose clichés propios del cine, la novela, el comic, las formas narrativas en general, sin lograr jamás la frescura y energía del pop musical.

El 27 del título corresponde a la edad maldita en que murieron Janis Joplin, Hendrix, Brian Jones, Jim Morrison y Amy Winehouse. A partir de la muy sospechosa muerte del imaginario integrante de una banda punk argentina (lejanos sobrevivientes, por lo visto, de aquellos escupitajos de fines de los 70), la película dirigida por Loreti especula una confabulación que atraviesa las épocas y tiene a los músicos señalados como víctimas. Bueno, no exactamente a los señalados, ya que la película se toma sus licencias, rigiéndose tal vez por la ley del perche mi piace. Elimina a Jones (lo de elimina es un decir) e incluye en su lugar a Sid Vicious, que murió a los 22, y Joe Strummer, que llegó a la avanzada edad de 50 años. ¿Pero cómo, y lo de los 27? Ma’sí, dale que va. Si además aparece un Jim Morrison vivo y español…

La historia la lleva una fan del grupo punk (Sofía Gala), que llega a filmar la muerte de su ídolo y un poco sin quererlo del todo va investigando qué ocurre. Aunque debería serlo, su implicación apenas a medias no permite considerarla del todo una heroína, sino más bien una testigo semiinvolucrada. A ella se le une, aunque tampoco del todo, el típico policía malquerido dentro de su fuerza (Diego Capusotto, en plan “duro”) y frente a ambos una banda capitaneada por el no menos típico malo muy malo (Daniel Aráoz). Aunque más por el aspecto que por lo que hace. Aquí todo es cuestión de aspecto, antes que de hechos, historia o personajes. Es curioso que en una de esas películas en las que se supone debería pasar de todo (persecuciones, tiros, explosiones), pasa menos que en esas de las que se dice que “no pasa nada”. Nada está desarrollado, todo son como post-its pegados sobre un tablero vacío.