27: El club de los malditos

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Celebridad y muerte

Desde hace décadas y décadas al cine argentino le cuesta horrores la ficción de calidad y cada pequeño éxito debe ser ponderado por más que no sea -precisamente- un paso gigante adelante. Tomemos como ejemplo el caso del director y guionista Nicanor Loreti, un autor vernáculo especializado por un lado en trabajos por encargo en la línea de las patéticas e hiper televisivas Socios por Accidente (2014) y su secuela del 2015, y por otro lado en propuestas más personales y profundamente disparatadas como Diablo (2011), Kryptonita (2015) y el opus que nos ocupa, 27: El Club de los Malditos (2018). Por supuesto que es esta última vertiente de su carrera la interesante, un linaje que si bien no ha generado obras maravillosas ni nada parecido, por lo menos nos regaló un soplo de aire fresco mediante anomalías que quiebran en parte la previsibilidad y/ o monotonía del cine de nuestro país.

Como era de esperar, aquí Loreti reincide en cada una de sus marcas registradas de antaño: así tenemos un pulso narrativo cercano al western, una arquitectura dramática símil film noir, algún que otro detalle del terror de corazoncito gore, apuntes sardónicos por todas partes y una lógica formal vinculada a ciertos automatismos de los videoclips y el cine noventoso (nos referimos a esa sobreabundancia de cámara lenta, música altisonante y un preciosismo muy marcado desde la fotografía y la puesta en escena en general). En esta oportunidad el delirio adquiere ribetes rockeros debido a que abarca la leyenda de la supuesta maldición que padecieron algunas luminarias del género que fallecieron a la edad de 27 años, ya sea por sobredosis o accidente o suicidio, una condena que habrían sufrido eminencias como Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Brian Jones y Amy Winehouse.

La historia comienza con la muerte de Leandro de la Torre (Ezequiel Iván Cwirkaluk), un frontman de una banda punk que una noche sale disparado desde una ventana de un edificio, suceso que es registrado en video por una de sus fans, Paula (Sofía Gala), que está segura de que todo se trató de un asesinato. El policía a cargo del caso es el Teniente Martín Lombardo (Diego Capusotto), un oficial violento, alcohólico e hincha de Racing, excusa que utiliza para entrar en peleas con grupos de fanáticos de otros equipos de fútbol. El asunto rápidamente deriva en una conjunción entre la comedia negra y los relatos de “testigo en peligro” cuando descubrimos que el responsable del crimen es un misterioso personaje interpretado por Daniel Aráoz, quien manda a sus sicarios a cazar a Paula y en esencia encabeza/ encabezó una conspiración para dar de baja a determinados rockeros.

Sin duda Loreti exprime con astucia el ridículo amable de cada situación y aprovecha la disposición física de los actores para su estupendo trabajo de cámaras, no obstante tiende a alargar demasiado algunas secuencias y no sabe cómo contener la andanada de artilugios visuales anteriormente descriptos (la mayoría un tanto anacrónicos a esta altura). Desde ya que el desempeño de Capusotto y Aráoz constituye lo mejor de la película en su conjunto porque ambos demuestran que a pesar de estar bastante encorsetados por un guión correcto aunque con pocas ideas, firmado por el propio realizador bajo la asistencia del veterano Alex Cox, lo cierto es que los dos intérpretes descuellan en un opus que en ocasiones se toma en serio en una proporción mayor a la conveniente, a fin de cuentas quedándose en un retrato light de la amalgama entre celebridad y muerte vía aquella dialéctica de la industria del espectáculo centrada en los celos, el desaire, la crueldad y un rencor que se arrastra a través del tiempo. La chance de pegarle al mainstream o extremar el sustrato satírico o profundizar en la idiosincrasia de cada personaje desaparece a medida que se acumulan flashbacks ilustrativos e innecesarios sobre los decesos de los músicos… y mejor ni hablar de lo lamentable de la inclusión en el “lote maldito” -al que hace referencia el título y la trama- de Joe Strummer, que murió a los 50 años, y Sid Vicious, que falleció a los 21 años.