24 cuadros

Crítica de Jessica Johanna - Visión del cine

La película póstuma del director iraní Abbas Kiarostami, 24 cuadros, es un ejercicio experimental y poético, una especie de ensayo audiovisual que funciona como despedida mientras se pregunta cómo el cine y la fotografía pueden plasmar la realidad.
La despedida de Kiarostami es una experimentación poética a través de las imágenes y los sonidos. Mediante 24 imágenes, animadas digitalmente de manera evidente y sutil al mismo tiempo, desde un cuadro pictórico a planos en la nieve o cielos abiertos, hasta un plano final precioso con el cine como, literalmente, principal protagonista.

Fotografías seleccionadas y tomadas por Kiarostami (a excepción del cuadro de Bruegel con el que empieza) que presenta cada una con su número sobre una placa negra. Planos estáticos de menos de cinco minutos cada uno que pueden narrar alguna breve historia, sin embargo la película en su totalidad apunta primordialmente a lo sensorial.

Las imágenes son algunas musicalizadas, en diferentes idiomas, y hasta con Andrew Lloyd Webber y Katherine Jenkins cantando que el amor nunca muere, y lo cierto es que la idea de inmortalidad o eternidad (o del tiempo, ese concepto tan complejo) está sin dudas grabada en el hecho de que sea esta la película final del director de El sabor de las cerezas, Copia certificada y Like someone in love. 24 cuadros es la mejor combinación de las muchas facetas del director y guionista que además supo ser poeta, fotógrafo, pintor, ilustrador y diseñador gráfico. Acá se permite jugar con las texturas, los sonidos, los elementos repetidos, el color y el blanco y negro.

24 cuadros de unos cuatro minutos aproximadamente cada uno en los que el realizador se imagina qué pasa antes y después de ese instante inmortalizado. Estamos entonces ante una película que requiere a un espectador paciente e interesado. De así ser será recompensado, no sólo por el hermoso plano final sino por la película en su conjunto.